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A sus órdenes había un ejército de campaña de 307.500 hombres, que hacían la guerra con gran valor, para ayudar al rey contra el enemigo. (II Crónicas 26, 13)
Lo pusieron en manos de los que hacían el trabajo, los encargados de la Casa de Yahveh, y éstos se lo dieron a los obreros para reparar y restaurar la Casa. (II Crónicas 34, 10)
(De pie y cada uno en su sitio, leyeron en el libro de la Ley de Yahveh su Dios, por espacio de un cuarto de día; durante otro cuarto hacían confesión y se postraban ante Yahveh su Dios.) (Nehemías 9, 3)
Los porteros: Aqcub, Talmón y sus hermanos, que hacían la guardia de las puertas: 172. (Nehemías 11, 19)
y Baqbuquías, Unní y sus hermanos les hacían coro en sus ministerios. (Nehemías 12, 9)
y se lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el altar. Daba a los levitas, que hacían el servicio en Jerusalén, el diezmo del vino, del grano, del olivo, de los granados, de los higos y demás frutales; tomaba en metálico el segundo diezmo, de los seis años, y lo gastaba en Jerusalén. (Tobías 1, 7)
A las mujeres que hacían circuncidar a sus hijos las llevaban a la muerte, conforme al edicto, (I Macabeos 1, 60)
Viniendo por Idumea, pusieron cerco a Bet Sur y la atacaron durante mucho tiempo, valiéndose de ingenios de guerra. Pero los sitiados, en salidas que hacían, se los quemaban y peleaban valerosamente. (I Macabeos 6, 31)
Viendo Judas todo el daño que Alcimo y los suyos hacían a los hijos de Israel, mayor que el que habían causado los gentiles, (I Macabeos 7, 23)
En sus días se consiguió felizmente por su medio exterminar a los gentiles de su país y a los que se encontraban en la Ciudad de David, en Jerusalén, donde se habían hecho una Ciudadela desde la que hacían salidas y mancillaban los alrededores del Lugar Santo causando graves ultrajes a su santidad. (I Macabeos 14, 36)
Mientras se consumía el sacrificio, los sacerdotes hacían oración: todos los sacerdotes con Jonatán que comenzaba, y los demás, como Nehemías, respondían. (II Macabeos 1, 23)
colocaron a Macabeo en medio de ellos y, cubriéndole con sus armaduras, le hacían invulnerable; arrojaban sobre los adversarios saetas y rayos, por lo que heridos de ceguera se dispersaban en completo desorden. (II Macabeos 10, 30)