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  • Lo pagaré yo, Pablo, que firmo esta carta de mi puño y letra. No quiero recordarte que tú también eres mi deudor, y la deuda eres tú mismo. (Filemon 1, 19)

  • Prepárame también un lugar donde alojarme, porque espero que, por las oraciones de ustedes, se les concederá la gracia de que yo vaya a verlos. (Filemon 1, 22)

  • así como también Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores. (Filemon 1, 24)

  • Y también: En él pondré mi confianza. Y además: Aquí estamos yo y los hijos que Dios me ha dado. (Hebreos 2, 13)

  • Y ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, él también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, (Hebreos 2, 14)

  • Él es fiel a Dios, que lo constituyó como tal, así como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios. (Hebreos 3, 2)

  • Porque también nosotros, como ellos, hemos recibido una buena noticia; pero la Palabra que ellos oyeron no les sirvió de nada, porque no se unieron por la fe a aquellos que la aceptaron. (Hebreos 4, 2)

  • Por eso debe ofrecer sacrificios, no solamente por los pecados del pueblo, sino también por sus propios pecados. (Hebreos 5, 3)

  • Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec. (Hebreos 5, 6)

  • Efectivamente, cuando Moisés promulgó delante de todo el pueblo cada uno de los mandamientos escritos en la Ley, tomó la sangre de novillos y chivos -junto con el agua, la lana escarlata y el hisopo- y roció el Libro y también a todo el pueblo, (Hebreos 9, 19)

  • Ahora bien, si las figuras de las realidades celestiales debieron ser purificadas de esa manera, era necesario que esas mismas realidades también lo fueran, pero con sacrificios muy superiores. (Hebreos 9, 23)

  • así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, aparecerá por segunda vez, ya no en relación con el pecado, sino para salvar a los que lo esperan. (Hebreos 9, 28)


“As almas! As almas! Se alguém soubesse o preço que custam”. São Padre Pio de Pietrelcina