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al oír esto, Rubén quiso salvarlo de sus manos y les dijo: «No lo maten.» (Génesis 37, 21)
«No derramen sangre, les dijo Ruben, échenlo más bien en aquella cisterna allá en el desierto, pero no pongan las manos sobre él.» Esto dijo para sacarlo de sus manos y devolverlo después a su padre. (Génesis 37, 22)
y volviendo donde estaban sus hermanos, les dijo: «El muchacho ya no está. ¿Y qué hago ahora?» (Génesis 37, 30)
llamó, pues, a sus sirvientes y les dijo: «Miren, han traído aquí a un hebreo para que se burle de nosotros. Ha querido aprovecharse de mí, pero yo me he puesto a gritar, (Génesis 39, 14)
Preguntó entonces a esos oficiales de Faraón que estaban con él en la prisión: «¿Por qué amanecieron con tan mala cara?» (Génesis 40, 7)
Y le contestaron: «Los dos hemos tenido un sueño y nos falta quien lo interprete.» José les dijo: «¿No es Dios quien da el interpretar los sueños? Vamos, cuéntenme lo que soñaron.» (Génesis 40, 8)
En el canasto de arriba había toda clase de pasteles de lo que come Faraón, pero los pájaros se lo comían del canasto que estaba sobre mi cabeza.» (Génesis 40, 17)
Aquella mañana Faraón se levantó muy preocupado, y mandó llamar a todos los adivinos y sabios de Egipto. Les contó sus sueños, pero ninguno fue capaz de interpretarlos. (Génesis 41, 8)
La propuesta de José agradó a Faraón y a sus servidores, y dijo Faraón a sus oficiales: (Génesis 41, 37)
Cuando en Egipto se sintió el hambre, el pueblo pidió pan a gritos, y Faraón decía a todos los egipcios: «Vayan a José y hagan lo que él les diga.» (Génesis 41, 55)
José reconoció a sus hermanos, pero no se lo dio a entender, sino que más bien los trató duramente. Les preguntó: «¿De dónde vienen ustedes?» Respondieron ellos: «Venimos de la tierra de Canaán a comprar grano para comer.» (Génesis 42, 7)
Les dijo: «Ustedes son espías y vienen a descubrir los secretos del país.» Respondieron ellos: «No, señor, tus siervos han venido a comprar alimentos. (Génesis 42, 10)