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Cuando David terminó de ofrecer el holocausto y los sacrificios de comunión, bendijo al pueblo en nombre del Señor de los ejércitos. (II Samuel 6, 18)
Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a descansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su realeza. (II Samuel 7, 12)
Apenas terminó de hablar, entraron los hijos del rey y se pusieron a llorar a gritos. También el rey y todos sus servidores derramaron abundantes lágrimas. (II Samuel 13, 36)
Allí estaba también Sadoc, con todos los levitas que transportaban el Arca de Dios. Ellos depositaron el Arca de Dios junto a Abiatar, hasta que todo el pueblo terminó de salir de la ciudad. (II Samuel 15, 24)
Salomón se emparentó con el Faraón, rey de Egipto: tomó por esposa a la hija del Faraón y la llevó a la Ciudad de David, hasta que terminó de construir su propia casa, la Casa del Señor y el muro en torno de Jerusalén. (I Reyes 3, 1)
Cuando Salomón terminó de construir la Casa, la revistió de un artesonado con paneles y armadura de cedro. (I Reyes 6, 9)
Cuando Salomón terminó de construir la Casa, (I Reyes 6, 14)
Jirám hizo también las ollas, las palas y los aspersorios. Así terminó todo el trabajo que debía hacer para el rey Salomón en la Casa del Señor: (I Reyes 7, 40)
Cuando Salomón terminó de dirigir al Señor toda esta oración y esta súplica, se levantó de delante del altar del Señor, donde estaba arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo. (I Reyes 8, 54)
Cuando Salomón terminó de construir la Casa del Señor, la casa del rey y todo lo que fue de su agrado, (I Reyes 9, 1)
Pero ellos lo presionaron tanto, que terminó por decir: "¡Envíenlos de una vez!". Así enviaron a cincuenta hombres, que lo buscaron durante tres días, pero no lo encontraron. (II Reyes 2, 17)
Y cuando terminó de ofrecer el holocausto, Jehú dijo a los guardias y a los oficiales: "¡Entren y mátenlos! ¡Que no salga ni uno solo!". Ellos los mataron al filo de la espada y los arrojaron afuera. Luego los guardias y los oficiales llegaron hasta la ciudadela del templo de Baal, (II Reyes 10, 25)