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Si tú humillas a mis hijas, si tomas otras mujeres, además de mis hijas, bien que nadie esté con nosotros que nos vea, sea Dios testigo entre los dos.» (Génesis 31, 50)
Los mensajeros volvieron a Jacob, diciendo: «Hemos ido donde tu hermano Esaú, y él mismo viene a tu encuentro con cuatrocientos hombres.» (Génesis 32, 7)
dices: "De tu siervo Jacob; es un regalo enviado para mi señor Esaú. Precisamente, él mismo viene detrás de nosotros."» (Génesis 32, 19)
El mismo encargo hizo también al segundo, como asimismo al tercero y a todos los que iban tras las manadas diciendo: «En estos términos hablaréis a Esaú cuando le encontréis, (Génesis 32, 20)
Jacob le preguntó: «Dime por favor tu nombre.» - «¿ Para qué preguntas por mi nombre?» Y le bendijo allí mismo. (Génesis 32, 30)
Rehízo, pues, Esaú aquel mismo día su camino rumbo a Seír, (Génesis 33, 16)
y el muchacho no tardó en ponerlo en práctica, porque quería a la hija de Jacob. El mismo era el más honorable de toda la casa de su padre. (Génesis 34, 19)
y edificó allí un altar, llamando al lugar El Betel, porque allí mismo se le había aparecido Dios cuando huía de su hermano. (Génesis 35, 7)
Los hijos de Sibeón: Ayyá y Aná. Este es el mismo Aná que encontró las aguas termales en el desierto, cuando apacentaba los asnos de su padre Sibeón. (Génesis 36, 24)
Díjole: «Anda, vete a ver si tus hermanos siguen sin novedad, y lo mismo el ganado, y tráeme noticias.» Le envió, pues, desde el valle de Hebrón, y José fue a Siquem. (Génesis 37, 14)
Díjole: «Estoy buscando a mis hermanos. Indícame, por favor, dónde están pastoreando.» (Génesis 37, 16)
Entonces dijo Judá a su nuera Tamar: «Quédate como viuda en casa de tu padre hasta que crezca mi hijo Selá.» Pues se decía: «Por si acaso muere también él, lo mismo que sus hermanos.» Tamar se fue y quedó en casa de su padre. (Génesis 38, 11)