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Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta. (Santiago 2, 17)
De la misma manera que un cuerpo sin alma está muerto, así está muerta la fe sin las obras. (Santiago 2, 26)
Lo mismo sucede con los barcos: por grandes que sean y a pesar de la violencia de los vientos, mediante un pequeño timón, son dirigidos adonde quiere el piloto. (Santiago 3, 4)
De la misma manera, la lengua es un miembro pequeño, y sin embargo, puede jactarse de hacer grandes cosas. Miren cómo una pequeña llama basta para incendiar un gran bosque. (Santiago 3, 5)
También la lengua es un fuego: es un mundo de maldad puesto en nuestros miembros, que contamina todo el cuerpo, y encendida por el mismo infierno, hace arder todo el ciclo de la vida humana. (Santiago 3, 6)
De la misma boca salen la bendición y la maldición. Pero no debe ser así, hermanos. (Santiago 3, 10)
¿Acaso brota el agua dulce y la amarga de una misma fuente? (Santiago 3, 11)
En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica, benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el bien; es imparcial y sincera. (Santiago 3, 17)
¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? (Santiago 4, 1)
Reconozcan su miseria con dolor y con lágrimas. Que la alegría de ustedes se transforme en llanto, y el gozo, en tristeza. (Santiago 4, 9)
Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla en contra de un hermano o lo condena, habla en contra de la Ley y la condena. Ahora bien, si tú condenas la Ley, no eres cumplidor de la Ley, sino juez de la misma. (Santiago 4, 11)
Ustedes llevaron en este mundo una vida de lujo y de placer, y se han cebado a sí mismos para el día de la matanza. (Santiago 5, 5)