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Transmite esta orden a Aarón y a sus hijos: Este es el ritual del holocausto que arde toda la noche sobre el altar, hasta la mañana siguiente, y por el cual el fuego del altar se mantiene encendido: (Levítico 6, 2)
Se reservará una unidad de cada clase como ofrenda destinada al Señor, la cual corresponderá al sacerdote que haya derramado la sangre del sacrificio de comunión. (Levítico 7, 14)
y presentó la oblación, de la cual extrajo un puñado, que hizo arder sobre el altar, junto con el holocausto de la mañana. (Levítico 9, 17)
el cual examinará la afección. Si en la zona afectada el vello se ha puesto blanco, y aquella aparece más hundida que el resto de la piel, es un caso de lepra. El sacerdote, después de haberla observado, deberá declarar impura a esa persona. (Levítico 13, 3)
Pero si el oferente es demasiado pobre para pagar la suma establecida, se presentará al sacerdote, el cual fijará un equivalente proporcionado a los recursos del que hace el voto. (Levítico 27, 8)
el cual lo tasará. Sea alta o baja, se aceptará la tasación fijada por el sacerdote; (Levítico 27, 12)
Si ese hombre no tiene ningún pariente cercano a quien se le pueda restituir, la suma será devuelta al Señor y entregada al sacerdote, además del carnero de la expiación, con el cual se practicará el rito de expiación en favor de esa persona. (Números 5, 8)
Y la mujer que fue muerta se llamaba Cozbí, hija de Sur, el cual era jefe de un clan en una tribu madianita. (Números 25, 15)
Después de lo cual la tierra abrió sus fauces y los devoró junto con Coré, cuando murió aquel grupo y el fuego devoró a los doscientos cincuenta hombres, para que sirvieran de escarmiento. (Números 26, 10)
La esposa de Amrám se llamaba Ioquébed, hija de Leví, la cual nació en Egipto. Los hijos que ella dio a Amrám fueron Aarón, Moisés y Miriam, la hermana de estos. (Números 26, 59)
No hagas impuro el país donde vives y en el cual yo habito. Porque yo, el Señor, habito entre los israelitas. (Números 35, 34)
-al cual los sidonios llaman Sirión y los amorreos Senir- (Deuteronomio 3, 9)