Talált 130 Eredmények: ninguno
Ni el rey, ni ninguno de sus servidores se asustaron o se rasgaron las vestiduras al escuchar estas palabras. (Jeremías 36, 24)
En aquellos días, entonces, se buscará la culpa de Israel, pero no existirá; los pecados de Judá, pero no se hallará ninguno, porque al que salvo, yo le perdono. (Jeremías 50, 20)
Que ninguno de sus arqueros pueda estirar su arco y que nadie se pueda enderezar en su coraza. No tengan piedad con sus jóvenes, destruyan totalmente su ejército. (Jeremías 51, 3)
En sus días de miseria y destierro Jerusalén recuerda; cuando caía en manos del enemigo sin que ninguno la socorriera; sus enemigos la miraban y se burlaban de su ruina. (Lamentaciones 1, 7)
esto dice Yavé: Ningún extranjero de corazón o de carne volverá a entrar a mi santuario, ninguno de los extranjeros que viven en medio de los israelitas. (Ezequiel 44, 9)
Así fue el sueño que tuve yo, el rey Nabucodonosor. Tú, Beltsasar, explícamelo, ya que ninguno de los sabios de mi reino ha podido darme su interpretación; pero tú puedes, porque en ti reside el espíritu de los dioses santos (Daniel 4, 15)
Muchos serán purificados, blanqueados y probados; los impíos seguirán haciendo el mal; ninguno de ellos comprenderá nada; sólo los entendidos comprenderán (Daniel 12, 10)
Todos se enardecen como un horno y devoran a sus gobernantes. Así han perecido todos sus reyes sin que ninguno de ellos me pidiera auxilios. (Oseas 7, 7)
Vi al Señor, de pie junto al altar, que decía: «Rompe las columnas para que se hunda el techo y les parta a todos la cabeza; y si alguno llega a salvarse, lo mataré a espada; pues ninguno de ellos podrá huir, no escapará nadie con vida. (Amós 9, 1)
Yo eché a perder todo el trabajo de ustedes con el tizón, el pulgón y el granizo. Pero ninguno de ustedes se volvía a mí, dice Yavé. (Ageo 2, 17)
Ya las he maldecido, porque ninguno de ustedes toma su oficio en serio. (Malaquías 2, 2)
Cuídense, no desprecien a ninguno de estos pequeños. Pues yo se lo digo: sus ángeles en el Cielo contemplan sin cesar la cara de mi Padre del Cielo. (Evangelio según San Mateo 18, 10)