Talált 143 Eredmények: lamentaciones de Jeremías

  • Entonces, Jeremías salió de Jerusalén y se dirigió a su pueblo, en las tierras de Benjamín, para compartir con los suyos una herencia. (Jeremías 37, 12)

  • Jeremías le respondió: «Es falso, yo no me paso a los caldeos.» Pero el guardia no le hizo caso y lo llevó a los jefes. (Jeremías 37, 14)

  • Estos, furiosos contra Jeremías, lo golpearon y lo encerraron en casa del secretario Jonatán, que habían convertido en cárcel. (Jeremías 37, 15)

  • Así, pues, Jeremías fue puesto en un subterráneo y allí permaneció largo tiempo. (Jeremías 37, 16)

  • El rey Sedecías mandó a buscarlo y lo interrogó en secreto, en su palacio: «¿Acaso tienes una palabra de Yavé?» «Sí», respondió Jeremías, y agregó: «Serás entregado en manos del rey de Babilonia.» (Jeremías 37, 17)

  • Entonces Jeremías preguntó: «¿Qué mal he cometido contra ti o tus servidores o contra este pueblo, para que me hayas encarcelado? (Jeremías 37, 18)

  • Entonces Sedecías ordenó que trasladaran a Jeremías al patio de la guardia y cada día se le daba un pan de los que hacían en la calle de los panaderos, hasta que hubo pan en la ciudad. Así quedó Jeremías en el patio de la guardia. (Jeremías 37, 21)

  • Sefatías, Guedalías, Jucal y Pasjur habían oído a Jeremías decir en público lo siguiente: (Jeremías 38, 1)

  • Entonces se apoderaron de Jeremías y lo echaron al pozo de Melquías, hijo del rey, situado en el patio de la guardia, bajándolo con cuerdas. En el pozo no había agua, sino puro fango, y Jeremías se hundió en el fango. (Jeremías 38, 6)

  • Pero un oficial del palacio, el etíope Abdemalec, oyó decir que habían echado a Jeremías en el pozo. (Jeremías 38, 7)

  • «¡Oh, mi señor!, esos hombres han procedido muy mal con el profeta Jeremías. Lo han echado en el pozo, donde va a morir.» (Jeremías 38, 9)

  • Entonces el rey ordenó al etíope: «Toma tres hombres y saca a Jeremías del pozo antes de que muera.» (Jeremías 38, 10)


“Enquanto tiver medo de ser infiel a Deus, você não será’. Deve-se ter medo quando o medo acaba!” São Padre Pio de Pietrelcina