Talált 296 Eredmények: Voz

  • Los sacerdotes y levitas bendijeron al pueblo; y fue escuchada su voz y su oración penetró en el cielo a su santa Morada. (2 Crónicas 30, 27)

  • Los mensajeros gritaban en voz alta, en lengua judía, al pueblo de Jerusalén que estaba sobre la muralla, para atemorizarlos y asustarlos y así poder conquistar la ciudad. (2 Crónicas 32, 18)

  • Toda la asamblea respondió en alta voz: (Esdras 10, 12)

  • Josué, Baní, Cadmiel, Sebanías, Buni, Serebías, Baní y Quenaní se levantaron en la tarima de los levitas y clamaron en alta voz hacia Yavé, su Dios, (Nehemías 9, 4)

  • Miren lo que ha hecho por ustedes y denle gracias en alta voz. Bendigan al Señor, el solo Justo, alaben al Rey de los siglos. (Tobías 13, 7)

  • Cubrieron el altar de saco, y todos a una voz pidieron al Dios de Israel que no permitiera arrebatar a sus hijos y esposas, destruir sus ciudades y profanar su Templo. (Judit 4, 12)

  • El Señor oyó su voz y comprendió su angustia. El pueblo ayunó muchos días en Judá y Jerusalén ante el Templo del Señor Omnipotente. (Judit 4, 13)

  • Entonces todos, hombres, mujeres, jóvenes y niños, acudieron en tropel a Ozías, y dijeron a una voz: (Judit 7, 23)

  • Judit se arrodilló con el rostro inclinado, puso ceniza sobre su cabeza y dejó ver el saco que tenía puesto. Era precisamente a la misma hora en que se ofrecía en la Casa de Dios de Jerusalén el incienso de la tarde. Y dirigió su voz al Señor, diciendo: (Judit 9, 1)

  • Los hombres de la ciudad, al oír su voz, se apuraron en bajar hasta la puerta de la ciudad y llamaron a los ancianos. (Judit 13, 12)

  • Con fuerte voz, Judit les dijo: «¡Alaben a Dios! ¡Alábenlo! ¡Alábenlo, porque no ha apartado su bondad del pueblo de Israel! ¡Esta noche, por mi mano, ha aplastado a nuestros enemigos!» (Judit 13, 14)

  • Presa de un indecible entusiasmo, todo el pueblo se postró para adorar a Dios y gritó a una sola voz: «Bendito seas, Dios nuestro, tú que en este día aniquilaste a los enemigos de tu pueblo.» (Judit 13, 17)


“A ingenuidade e’ uma virtude, mas apenas ate certo ponto; ela deve sempre ser acompanhada da prudência. A astúcia e a safadeza, por outro lado, são diabólicas e podem causar muito mal.” São Padre Pio de Pietrelcina