Talált 425 Eredmények: Segundo libro de Samuel
Al final del libro, Jesús, lleno del Espíritu Santo, daba instrucciones a los apóstoles que había elegido y era llevado al cielo. (Hecho de los Apóstoles 1, 2)
Esto estaba escrito en el libro de los Salmos: Que su morada quede desierta y que nadie habite en ella. Pero también está escrito: Que otro ocupe su cargo. (Hecho de los Apóstoles 1, 20)
Pero Dios lo libró de los dolores de la muerte y lo resucitó, pues no era posible que quedase bajo el poder de la muerte. (Hecho de los Apóstoles 2, 24)
Y después todos los profetas, empezando por Samuel, anunciaron estos días. (Hecho de los Apóstoles 3, 24)
y lo libró de todas sus tribulaciones; le concedió sabiduría y lo hizo grato a los ojos de Faraón, rey de Egipto, quien lo nombró gobernador de Egipto y de toda su casa. (Hecho de los Apóstoles 7, 10)
Entonces Dios se apartó de ellos y dejó que adoraran a los astros del cielo, como está escrito en el Libro de los Profetas: "¿Acaso me ofrecieron ustedes víctimas y sacrificios durante cuarenta años en el desierto? (Hecho de los Apóstoles 7, 42)
Durante unos cuatrocientos cincuenta años les dio jueces, hasta el profeta Samuel. (Hecho de los Apóstoles 13, 20)
Al marcharse de Asia, se fueron también con él: Sópatros, hijo de Pirro, de Berea; Aristarco y Segundo, de Tesalónica; Gayo, de Derbe, y Timoteo; Tíquico y Trófimo, de Asia. (Hecho de los Apóstoles 20, 4)
En primer lugar están los que Dios hizo apóstoles en la Iglesia; en segundo lugar los profetas; en tercer lugar los maestros; después vienen los milagros, luego el don de curaciones, la asistencia material, la administración en la Iglesia y los diversos dones de lenguas. (1º Carta a los Corintios 12, 28)
El primer hombre, sacado de la tierra, es terrenal; el segundo viene del cielo. (1º Carta a los Corintios 15, 47)
El nos libró de ese peligro de muerte tan grande, y nos seguirá protegiendo. En él hemos puesto nuestra esperanza y seguirá amparándonos, (2º Carta a los Corintios 1, 10)
Y a ti, Sícigo, verdadero compañero, te pido que las ayudes; no olvides que ellas lucharon conmigo por el Evangelio, lo mismo que Clemente y mis otros colaboradores, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida. (Carta a los Filipenses 4, 3)