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  • Así pues, Antíoco, llevándose del Templo 1.800 talentos, se fue pronto a Antioquía, creyendo en su orgullo que haría la tierra navegable y el mar viable, por la arrogancia de su corazón. (II Macabeos 5, 21)

  • Arrebatado de furor, pensaba vengar en los judíos la afrenta de los que le habían puesto en fuga, y por eso ordenó al conductor que hiciera avanzar el carro sin parar hasta el término del viaje. Pero ya el juicio del Cielo se cernía sobre él, pues había hablado así con orgullo: «En cuanto llegue a Jerusalén, haré de la ciudad una fosa común de judíos.» (II Macabeos 9, 4)

  • Pero él de ningún modo cesaba en su arrogancia; estaba lleno todavía de orgullo, respiraba el fuego de su furor contra los judíos y mandaba acelerar la marcha. Pero sucedió que vino a caer de su carro que corría velozmente y, con la violenta caída, todos los miembros de su cuerpo se le descoyuntaron. (II Macabeos 9, 7)

  • Así comenzó entonces, herido, a abatir su excesivo orgullo y a llegar al verdadero conocimiento bajo el azote divino, en tensión a cada instante por los dolores. (II Macabeos 9, 11)

  • En la boca del necio hay una raíz de orgullo, pero los labios de los sabios los protegen. (Proverbios 14, 3)

  • El orgullo del pobre lo humillará; el humilde de espíritu obtendrá honores. (Proverbios 29, 23)

  • ¿De qué nos sirvió nuestro orgullo? ¿De qué la riqueza y la jactancia? (Sabiduría 5, 8)

  • Gloria es y orgullo el temor del Señor, contento y corona de júbilo. (Eclesiástico 1, 11)

  • Varones justos sean tus comensales, y en el temor del Señor esté tu orgullo. (Eclesiástico 9, 16)

  • Odioso es al Señor y a los hombres el orgullo, para ambos es un yerro la injusticia. (Eclesiástico 10, 7)

  • El comienzo del orgullo del hombre es alejarse del Señor, cuando de su Hacedor se apartó su corazón. (Eclesiástico 10, 12)

  • Que el comienzo del orgullo es el pecado, el que se agarra a él vierte abominación. Por eso les dio el Señor asombrosos castigos, y les abatió hasta aniquilarlos. (Eclesiástico 10, 13)


“A prática das bem-aventuranças não requer atos de heroísmo, mas a aceitação simples e humilde das várias provações pelas quais a pessoa passa.” São Padre Pio de Pietrelcina