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  • diez bueyes cebados, veinte bueyes de pastoreo y cien reses de ganado menor, sin contar los ciervos, las gacelas, los antílopes y las aves de corral. (I Reyes 5, 3)

  • y Salomón le dio a Jirám veinte mil barriles de trigo para la manutención de su casa, más veinte mil cántaros de aceite puro de oliva. Esto era lo que Salomón entregaba a Jirám anualmente. (I Reyes 5, 25)

  • La Casa que el rey Salomón construyó para el Señor tenía treinta metros de largo, veinte de ancho y quince de alto. (I Reyes 6, 2)

  • La Casa, es decir, la nave central delante del lugar santísimo, medía veinte metros. (I Reyes 6, 17)

  • Salomón inmoló, como sacrificios de comunión en honor del Señor, veintidós mil bueyes y ciento veinte mil carneros. Así, el rey y todos los israelitas dedicaron la Casa del Señor. (I Reyes 8, 63)

  • Durante los veinte años que tardó Salomón en construir los dos edificios -la Casa del Señor y la casa del rey- (I Reyes 9, 10)

  • Jirám, rey de Tiro, le proporcionó madera de cedro, madera de ciprés y oro a discreción. Por eso, al cabo de ese tiempo, Salomón cedió a Jirám veinte poblados en la región de Galilea. (I Reyes 9, 11)

  • Jirám había enviado al rey Salomón ciento veinte talentos de oro. (I Reyes 9, 14)

  • Ellos fueron a Ofir, y trajeron de allí cuatrocientos veinte talentos de oro, que entregaron a Salomón. (I Reyes 9, 28)

  • La reina regaló al rey ciento veinte talentos de oro, una enorme cantidad de perfumes y piedras preciosas; nunca más se recibieron tantos perfumes como los que la reina de Sabá dio al rey Salomón. (I Reyes 10, 10)

  • Los demás huyeron a la ciudad de Afec, pero la muralla se desplomó sobre los veinte mil hombres que aún quedaban. Ben Hadad se refugió en la ciudad, huyendo de un lugar a otro. (I Reyes 20, 30)

  • Llegó un hombre de Baal Salisá, trayendo al hombre de Dios pan de los primeros frutos: veinte panes de cebada y grano recién cortado, en una alforja. Eliseo dijo: "Dáselo a la gente para que coman". (II Reyes 4, 42)


“A pessoa que nunca medita é como alguém que nunca se olha no espelho e, assim, não se cuida e sai desarrumada. A pessoa que medita e dirige seus pensamentos a Deus, que é o espelho de sua alma, procura conhecer seus defeitos, tenta corrigi-los, modera seus impulsos e põe em ordem sua consciência.” São Padre Pio de Pietrelcina