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  • Luego Josué, con todo Israel, pasó de Maquedá a Libná y la atacó. (Josué 10, 29)

  • El Señor puso a la ciudad y al rey en manos de Israel, que la pasó al filo de la espada con todos los seres vivientes que había en ella. No dejó a nadie con vida, y trató a su rey como había tratado al rey de Jericó. (Josué 10, 30)

  • Después Josué, con todo Israel, pasó de Libná a Laquís, la asedió y la atacó. (Josué 10, 31)

  • El Señor puso también a Laquís en manos de Israel, que la conquistó al segundo día, y la pasó al filo de la espada con todos los seres vivientes que había en ella, exactamente como había hecho con Libná. (Josué 10, 32)

  • Luego Josué, con todo Israel, pasó de Laquís a Eglón. La sitiaron, la atacaron, (Josué 10, 34)

  • También pasó al filo de la espada a todos los seres vivientes que había en ella, consagrándolos al exterminio total. No quedó nada con vida, y Jasor fue incendiada. (Josué 11, 11)

  • Josué tomó asimismo todas las ciudades de aquellos reyes, y a estos últimos los capturó y los pasó al filo de la espada, consagrándolos al exterminio, como Moisés, el servidor del Señor, se lo había ordenado. (Josué 11, 12)

  • Una vez, Gaal, hijo de Ebed, pasó por Siquém junto con sus hermanos, y se ganó la confianza de los señores de Siquém. (Jueces 9, 26)

  • El espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas. (Jueces 11, 29)

  • Galaad ocupó los vados del Jordán para cortarle el paso a los efraimitas. Y cuando un fugitivo de Efraím intentaba pasar, los hombres de Galaad le preguntaban: "¿Tú eres de Efraím?". Si él respondía que no, (Jueces 12, 5)

  • Sansón bajó a Timná, y al llegar a las viñas de Timná, un cachorro de león le salió al paso rugiendo. (Jueces 14, 5)

  • Dalila gritó: "¡Sansón, los filisteos se te vienen encima!". Al despertar de su sueño, Sansón pensó: "Saldré del paso como las otras veces y me libraré". Pero no sabía que el Señor se había apartado de él. (Jueces 16, 20)


“A divina bondade não só não rejeita as almas arrependidas, como também vai em busca das almas teimosas”. São Padre Pio de Pietrelcina