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  • al que golpeaba con saña a los pueblos, dando golpes incesantes, al que dominaba con furia a las naciones, persiguiendo sin tregua. (Isaías 14, 6)

  • ¿Olvidas acaso al Señor, que te hizo, que extendió el cielo y fundó la tierra? ¿Temblarás sin cesar, todo el día, ante la furia del opresor, cuando se dispone a destruir? Pero ¿dónde está la furia del opresor? (Isaías 51, 13)

  • En cuanto a ti, profetiza contra ellos todas estas palabras. Tú les dirás: El Señor ruge desde lo alto, desde su santa morada alza su voz; ruge con furia contra su redil, lanza un grito como los que pisan la uva contra todos los habitantes de la tierra. (Jeremías 25, 30)

  • Entonces derramé mi furia contra ellos, los exterminé con el fuego de mi furor e hice recaer sobre sus cabezas su mala conducta -oráculo del Señor-. (Ezequiel 22, 31)

  • Lo vi avanzar hacia el carnero, hecho una furia contra él; lo golpeó y le quebró sus dos cuernos, y el carnero no tuvo fuerza para resistir ante él: lo arrojó por tierra y lo pisoteó, y no hubo nadie que librara al carnero de su poder. (Daniel 8, 7)

  • y lleno de furia mandó arrestar a los sacerdotes, con sus mujeres y sus hijos. Ellos le mostraron entonces la puerta secreta por donde entraban para consumir lo que estaba sobre la mesa. (Daniel 14, 21)

  • Luego, levantaron a Jonás, lo arrojaron al mar, y en seguida se aplacó la furia del mar. (Jonás 1, 15)

  • ¿Quién se mantendrá de pie ante su furor? ¿Quién resistirá al ardor de su ira? Het Su furia se derrama como fuego, y las rocas se parten ante él. (Nahún 1, 6)

  • Los carros avanzan con furia en campo abierto y se precipitan sobre las plazas; su aspecto es como de antorchas, corren de aquí para allá como relámpagos. (Nahún 2, 5)

  • Con furia recorres la tierra, con ira pisoteas las naciones. (Habacuc 3, 12)

  • Por la fe, Moisés huyó de Egipto, sin temer la furia del rey, y se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. (Hebreos 11, 27)


“Queira o dulcíssimo Jesus conservar-nos na Sua graça e dar-nos a felicidade de sermos admitidos, quando Ele quiser, no eterno convívio…” São Padre Pio de Pietrelcina