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  • Joaquín entregó la plata y el oro al faraón. Para poder dar al faraón el oro y la plata tuvo que poner un impuesto a todo el país, a cada uno según sus bienes. (II Reyes 23, 35)

  • Buscad al Señor y su poder, buscad su rostro sin descanso. (I Crónicas 16, 11)

  • En su presencia, esplendor y majestad; en su santuario, poder y alegría. (I Crónicas 16, 27)

  • Todos éstos eran hijos de Hemán, el vidente del rey, que le transmitía las palabras de Dios y exaltaba su poder. Dios dio a Hemán catorce hijos y tres hijas. (I Crónicas 25, 5)

  • Tuya es, Señor, la grandeza, el poder, el honor, la majestad y la gloria, pues todo cuanto hay en el cielo y en la tierra es tuyo. Tuyo, Señor, es el reino, porque te alzas soberanamente sobre todo. (I Crónicas 29, 11)

  • La riqueza y la gloria te preceden, tú eres el dueño de todo, en tu mano está la fuerza y el poder, en tu mano encuentran estabilidad y grandeza todas las cosas. (I Crónicas 29, 12)

  • También al extranjero, que no es de tu pueblo Israel, si viene de tierras lejanas atraído por la fama de tu nombre, la fuerza de tu mano y el poder de tu brazo a orar en este templo, (II Crónicas 6, 32)

  • Ahora, pues, levántate, Señor Dios, ven al lugar de tu morada, ven con el arca de tu poder. Que tus sacerdotes, Señor Dios, se revistan de salvación, que tus fieles gocen de felicidad. (II Crónicas 6, 41)

  • Las armó asimismo de escudos y lanzas con el fin de hacerlas lo más fuertes posible y poder mantener su dominio en Judá y Benjamín. (II Crónicas 11, 12)

  • Jeroboán no recobró ya su poder durante la vida de Abías. Finalmente, el Señor lo hirió y murió. (II Crónicas 13, 20)

  • oró así: "Señor, Dios de nuestros padres, tú eres el Dios de los cielos, tú gobiernas los reinos de la tierra, tú tienes en tu mano la fuerza y el poder; nadie puede resistirte. (II Crónicas 20, 6)

  • Si van contigo, aunque tú des en el combate pruebas de fuerza, Dios te hará caer ante tus enemigos, porque en Dios está el poder de sostener y derribar". (II Crónicas 25, 8)


“A pessoa que nunca medita é como alguém que nunca se olha no espelho e, assim, não se cuida e sai desarrumada. A pessoa que medita e dirige seus pensamentos a Deus, que é o espelho de sua alma, procura conhecer seus defeitos, tenta corrigi-los, modera seus impulsos e põe em ordem sua consciência.” São Padre Pio de Pietrelcina