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Viendo que el pueblo temblaba de miedo, fue a Jerusalén, lo reunió (I Macabeos 13, 2)
Juan, con sus tropas, acampó frente a los enemigos, y al notar que sus hombres tenían miedo de cruzar el torrente, lo cruzó él el primero; al verlo, sus hombres lo siguieron. (I Macabeos 16, 6)
El Macabeo reunió sus tropas, unos seis mil hombres, y los exhortó a que no tuvieran miedo a los enemigos y que no les asustara la muchedumbre de gentiles que, contra toda justicia, venía contra ellos, (II Macabeos 8, 16)
Al presentarse la primera división de Judas, el miedo y el pánico se apoderó de los enemigos como consecuencia de una aparición de aquel que todo lo ve. Se dieron a la fuga, unos por un lado, otros por otro, de forma que eran arrastrados por sus propios compañeros y heridos por sus mismas espadas. (II Macabeos 12, 22)
Los que prometían ahuyentar los miedos y las perturbaciones de las almas acobardadas, ellos mismos padecían un miedo ridículo. (Sabiduría 17, 8)
se morían temblando de miedo, no atreviéndose ni a mirar al aire, al que de ningún modo es posible evitar. (Sabiduría 17, 10)
Al comienzo lo llevará por caminos tortuosos y traerá sobre él el miedo y el terror; lo atormentará con su disciplina hasta que ella tenga confianza en él; le probará con sus preceptos. (Eclesiástico 4, 17)
Tres cosas me dan miedo, y una cuarta me espanta: la calumnia que va por la ciudad, un motín popular y la falsa acusación. Las tres son peores que la muerte. (Eclesiástico 26, 5)
En todos los montes que se cavaban con azadón ninguno entrará ya por miedo a las espinas y las zarzas; sólo serán pasto de bueyes, tierra hollada por ovejas. (Isaías 7, 25)
Sube a un monte alto, mensajero de albricias de Sión, haz resonar fuertemente tu voz, mensajero de albricias de Jerusalén. Hazla resonar sin miedo: di a las ciudades de Judá: ¡Aquí está vuestro Dios! (Isaías 40, 9)
Quédate, pues, con tus encantamientos y con tus numerosos sortilegios, en los que te has afanado desde tu juventud. ¡Quizás puedas sacar algún provecho! ¡Tal vez puedas con ellos dar miedo! (Isaías 47, 12)
¿De quién tienes miedo, a quién temes, para haber renegado así de mí, sin acordarte más de mí, ni llevarme en tu corazón? Yo me callaba, cerraba los ojos; por eso no temías. (Isaías 57, 11)