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  • Jonatán, hijo de Saúl, tenía un hijo cojo. Tenía cinco años cuando llegó de Yezrael la noticia sobre Saúl y Jonatán. Su nodriza le tomó para huir con él, pero en la precipitación de la fuga cayó y quedó cojo. Se llamaba Meribaal. (II Samuel 4, 4)

  • Meribaal tenía un hijo pequeño que se llamaba Micá. Todos los que vivían en casa de Sibá estaban al servicio de Meribaal. (II Samuel 9, 12)

  • Absalón, hijo de David, tenía una hermana que era muy bella. Se llamaba Tamar. Amnón, hijo de David, se enamoró de ella. (II Samuel 13, 1)

  • Amnón tenía un amigo que se llamaba Yonadab, hijo de Simá, hermano de David. Yonadab era un hombre muy hábil. (II Samuel 13, 3)

  • Absalón tuvo tres hijos y una hija, que se llamaba Tamar, y era muy bella. (II Samuel 14, 27)

  • Absalón se levantaba pronto, se ponía junto al camino que lleva a la puerta y, cuando un hombre tenía un pleito que le llevaba ante el rey para el juicio, le llamaba y le decía: "¿De qué ciudad eres?". Él respondía: "Tu servidor es de tal tribu de Israel". (II Samuel 15, 2)

  • Roboán, hijo de Salomón, reinó en Judá. Tenía cuarenta y un años cuando subió al trono, y reinó diecisiete años en Jerusalén, la ciudad elegida por el Señor entre todas las tribus de Israel para morada de su nombre. Su madre se llamaba Naamá, la amonita. (I Reyes 14, 21)

  • Reinó tres años en Jerusalén. Su madre, hija de Absalón, se llamaba Macá. (I Reyes 15, 2)

  • Reinó en Jerusalén cuarenta y un años. Su abuela, hija de Absalón, se llamaba Macá. (I Reyes 15, 10)

  • Tenía treinta y cinco años cuando subió al trono, y reinó en Jerusalén veinticinco años. Su madre, hija de Siljí, se llamaba Azubá. (I Reyes 22, 42)

  • Tenía cuarenta y dos años cuando comenzó a reinar, y reinó un año en Jerusalén. Su madre, hija de Omrí, rey de Israel, se llamaba Atalía. (II Reyes 8, 26)

  • Empezó a reinar el año séptimo de Jehú, y reinó cuarenta años en Jerusalén. Su madre se llamaba Sibía, de Berseba. (II Reyes 12, 2)


“Que Maria sempre enfeite sua alma com as flores e o perfume de novas virtudes e coloque a mão materna sobre sua cabeça. Fique sempre e cada vez mais perto de nossa Mãe celeste, pois ela é o mar que deve ser atravessado para se atingir as praias do esplendor eterno no reino do amanhecer.” São Padre Pio de Pietrelcina