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El Señor hizo surgir los jueces. El Señor estaba con el juez y los libraba de la mano de sus enemigos mientras vivía el juez, pues se compadecía de ellos al oírles gemir bajo sus opresores y perseguidores. (Jueces 2, 18)
Mientras yo no confesaba, mi cuerpo se agotaba de gemir todo el día; (Salmos 32, 3)
agotado, totalmente deshecho, el gemir de mi corazón se hace un rugido. (Salmos 38, 9)
a fuerza de gemir sólo tengo la piel pegada al hueso. (Salmos 102, 6)
para que al fin no tengas que gemir, cuando tu cuerpo y tu carne estén consumidos, (Proverbios 5, 11)
Tú dices: ¡Ay de mí, pues el Señor acumula en mí penas y dolores! Estoy agotado de gemir y no encuentro alivio. (Jeremías 45, 3)
Y tú, hijo de hombre, ponte a gemir; gime ante su vista con corazón angustiado y amargura. (Ezequiel 21, 11)
