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Judas dijo en su invocación: "Tú, oh Señor, que enviaste tu ángel en los días de Ezequías, rey de Judá, y mató a ciento ochenta y cinco mil del campamento de Senaquerib, (II Macabeos 15, 22)
Mientras combatían con las manos, con su corazón oraban a Dios; y así, magníficamente confortados con la presencia manifiesta de Dios, hicieron morder el polvo a no menos de treinta y cinco mil enemigos. (II Macabeos 15, 27)
Ella, mientras eran exterminados los malvados, salvó al justo, que huía del fuego caído sobre las cinco ciudades. (Sabiduría 10, 6)
Pues diez yugadas de viña sólo producirán cuarenta y cinco litros, y cuatrocientos cincuenta de semilla sólo cuarenta y cinco. (Isaías 5, 10)
capital de Efraín es Samaría, y cabeza de Samaría el hijo de Romelías. Dentro de cinco o seis años, Efraín será destruido, dejará de ser pueblo. Si no creéis, no podréis subsistir. (Isaías 7, 9)
que sólo quedan rastrojos; o como cuando se varean las olivas; sólo dos o tres aceitunas en la copa, cuatro o cinco en las ramas del árbol -oráculo del Señor, Dios de Israel-. (Isaías 17, 6)
Aquel día habrá cinco ciudades en la tierra de Egipto que hablarán la lengua de Canaán y jurarán por el Señor todopoderoso. Una de ellas se llamará Ciudad del Sol. (Isaías 19, 18)
Mil huirán ante la amenaza de uno solo; ante la amenaza de cinco, vosotros huiréis, hasta que sólo quedéis como mástil en la cima de un monte, como señal sobre una colina. (Isaías 30, 17)
Aquella misma noche el ángel del Señor salió e hirió en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres. Por la mañana, al despertar, no se veía más que cadáveres. (Isaías 37, 36)
La coronaba un capitel de bronce de cinco codos de alto, y rodeado todo él, en forma de corona, por una rejilla con granadas, todo ello de bronce. La otra columna era igual, con el mismo número de granadas. (Jeremías 52, 22)
el año veintitrés de Nabucodonosor, Nebuzardán, jefe de la escolta, deportó setecientos cuarenta y cinco judíos. En total: cuatro mil seiscientas personas. (Jeremías 52, 30)
El año treinta, el mes cuarto, el día cinco del mes, me encontraba yo entre los deportados junto al río Quebar, cuando se abrieron los cielos y contemplé visiones divinas. (Ezequiel 1, 1)