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Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión, no desmayen tus manos! (Sofonías 3, 16)
He aquí que yo haré exterminio de todos tus opresores, en el tiempo aquel; y salvaré a la coja y recogeré a la descarriada, y haré que tengan alabanza y renombre en todos los países donde fueron confundidas. (Sofonías 3, 19)
Escucha, pues, Josué, sumo sacerdote, tú y tus compañeros que se sientan en tu presencia - pues son hombres de presagio -: He aquí que yo voy a traer a mi siervo «Germen». (Zacarías 3, 8)
Salió el ángel que hablaba conmigo y me dijo: «Alza ahora tus ojos y mira qué es eso que sale.» (Zacarías 5, 5)
En cuanto a ti, por la sangre de tu alianza, yo soltaré a tus cautivos de la fosa en la que no hay agua. (Zacarías 9, 11)
Porque he entesado para mí a Judá, el arco he cargado con Efraím. Voy a incitar a tus hijos, Sión, contra tus hijos, Yaván, y te haré como espada de un bravo. (Zacarías 9, 13)
Abre tus puertas, Líbano, y el fuego devore tus cedros. (Zacarías 11, 1)
Y si alguien le dice: «¿Y esas heridas que hay entre tus manos?», responderá: «Las he recibido en casa de mis amigos.» (Zacarías 13, 6)
He aquí que viene el Día de Yahveh en que serán repartidos tus despojos en medio de ti. (Zacarías 14, 1)
Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. (Mateo 5, 29)
Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna. (Mateo 5, 30)
«Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. (Mateo 5, 33)