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Desde entonces le encargó de toda su casa y de todo lo que tenía, y Yahveh bendijo la casa del egipcio en atención a José, extendiéndose la bendición de Yahveh a todo cuanto tenía en casa y en el campo. (Génesis 39, 5)
El mismo dejó todo lo suyo en manos de José y, con él, ya no se ocupó personalmente de nada más que del pan que comía. José era apuesto y de buena presencia. (Génesis 39, 6)
Tiempo más tarde sucedió que la mujer de su señor se fijó en José y le dijo: «Acuéstate conmigo.» (Génesis 39, 7)
Ella insistía en hablar a José día tras día, pero él no accedió a acostarse y estar con ella. (Génesis 39, 10)
Y el señor de José le prendió y le puso en la cárcel, en el sitio donde estaban los detenidos del rey. Allí se quedó en presidio. (Génesis 39, 20)
Pero Yahveh asistió a José y le cubrió con su misericordia, haciendo que se ganase el favor del alcaide. (Génesis 39, 21)
El alcaide confió a José todos los detenidos que había en la cárcel; todo lo que se hacía allí, lo hacía él. (Génesis 39, 22)
El alcaide no controlaba absolutamente nada de cuanto administraba José, ya que Yahveh le asistía y hacía prosperar todas sus empresas. (Génesis 39, 23)
y les puso bajo la custodia en casa del jefe de los guardias, en prisión, en el lugar donde estaba detenido José. (Génesis 40, 3)
El jefe de los guardias encargó de ellos a José, para que les sirviese. Así pasaban los diás en presidio. (Génesis 40, 4)
José vino a ellos por la mañana, y los encontró preocupados. (Génesis 40, 6)
«Hemos soñado un sueño - le dijeron - y no hay quien lo interprete.» José les dijo: «¿No son de Dios los sentidos ocultos? Vamos, contádmelo a mí.» (Génesis 40, 8)