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a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel. (Hebreos 12, 24)
Por eso Jesús, para santificar al pueblo con su sangre, padeció fuera de las puertas de la ciudad. (Hebreos 13, 12)
Ellos trataban de descubrir el tiempo y las circunstancias señaladas por el Espíritu de Cristo, que estaba presente en ellos, y anunciaba anticipadamente los sufrimientos reservados a Cristo y la gloria que les seguiría. (I Pedro 1, 11)
sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, (I Pedro 1, 19)
A esto han sido llamados, porque también Cristo padeció por ustedes, y les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus huellas. (I Pedro 2, 21)
por el contrario, glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. (I Pedro 3, 15)
Pero háganlo con delicadeza y respeto, y con tranquilidad de conciencia. Así se avergonzarán de sus calumnias los que difaman el buen comportamiento de ustedes como creyentes en Cristo. (I Pedro 3, 16)
Cristo murió una vez por nuestros pecados -siendo justo, padeció por los injustos- para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu. (I Pedro 3, 18)
Y ya que Cristo sufrió en su carne, compenétrense también ustedes de esta convicción: el que ha sufrido en la carne ha roto con el pecado. Porque el que sufre en la carne está libre del pecado, (I Pedro 4, 1)
Alégrense en la medida en que puedan compartir los sufrimientos de Cristo. Así, cuando se manifieste su gloria, ustedes también desbordarán de gozo y de alegría. (I Pedro 4, 13)
Felices si son ultrajados por el nombre de Cristo, porque el Espíritu de gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre ustedes. (I Pedro 4, 14)
Exhorto a los presbíteros que están entre ustedes, siendo yo presbítero como ellos y testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria que va a ser revelada. (I Pedro 5, 1)