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el sexto, Amiel; el séptimo, Isacar, y el octavo, Peuletai. Dios, en efecto, lo había bendecido. (I Crónicas 26, 5)
En efecto, los levitas abandonaron sus campos de pastoreo y sus posesiones y se fueron a Judá y a Jerusalén, porque Jeroboám y sus hijos les impedían ejercer el sacerdocio del Señor, (II Crónicas 11, 14)
Entonces Eliezer, hijo de Dodaías, de Maresá, profetizó contra Josafat diciendo: "Por haberte aliado con Ocozías, el Señor abrió una brecha en tus obras". En efecto, los barcos naufragaron y no pudieron ir a Tarsis. (II Crónicas 20, 37)
El rey instaló a los levitas en el Templo del Señor, con címbalos, arpas y cítaras, como lo habían ordenado David, Gad, el vidente del rey, y el profeta Natán: este era, en efecto, un mandamiento de Dios, que había sido dado por medio de sus profetas. (II Crónicas 29, 25)
En efecto, una gran parte del pueblo, sobre todo de Efraím, de Manasés, de Isacar y de Zabulón, no se habían purificado y, sin embargo, comieron la Pascua sin ajustarse a los prescrito. Pero Ezequías rogó por ellos, diciendo: "¡Que el Señor por su bondad perdone (II Crónicas 30, 18)
A pesar de todo, trabajamos en la reconstrucción de la muralla, que fue enteramente restaurada hasta media altura. El pueblo, en efecto, se había tomado la obra muy a pecho. (Nehemías 3, 38)
Yo había reconocido, en efecto, que no era Dios el que lo había enviado: si había pronunciado esa profecía acerca de mí, era porque lo había enviado Tobías. (Nehemías 6, 12)
Había, en efecto, una ordenanza del rey y un reglamento que fijaba a los cantores lo que debían hacer cada día. (Nehemías 11, 23)
Ellos, en efecto, aseguraban el culto de su Dios y los ritos de purificación -lo mismo que los cantores y porteros- conforme a las órdenes de David y de su hijo Salomón. (Nehemías 12, 45)
Por lo tanto, hijo mío, prefiere a tus hermanos; no te muestres orgulloso con los hijos y las hijas de tu pueblo, rehusando tomar una esposa entre ellos. Porque el orgullo acarrea la ruina y un gran desorden, y la ociosidad lleva a la decadencia y a la miseria; ella es, en efecto, madre de la penuria. (Tobías 4, 13)
Y añadió: "Tú tienes el derecho de casarte con ella. Escúchame, hermano: esta misma noche, yo hablaré de ella a su padre para que él la haga tu prometida; y cuando volvamos de Ragués, celebraremos la boda. Yo sé que Ragüel no podría negártela ni comprometerla con otro, sin hacerse reo de muerte, conforme a lo prescrito en el Libro de Moisés. Él sabe, en efecto, que a ti te corresponde tomar por esposa a su hija antes que cualquier otro. Por eso, óyeme bien, hermano: esta noche, hablaremos de la joven y la pediremos en matrimonio. Cuando volvamos de Ragués, la tomaremos y la llevaremos con nosotros a tu casa". (Tobías 6, 13)
Hacía poco tiempo, en efecto, que ellos habían vuelto del cautiverio, y sólo recientemente se había congregado todo el pueblo de Judea y habían sido consagrados los objetos de culto, el altar y el Templo, antes profanados. (Judit 4, 3)