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a ser juiciosas y puras, a cuidar bien de su hogar, a ser buenas y obedientes a sus maridos. De este modo nadie podrá hablar mal de nuestra fe. (Carta a Tito 2, 5)
Habiendo sido reformados por gracia, esperamos ahora nuestra herencia, la vida eterna. (Carta a Tito 3, 7)
a nuestra hermana Apia, a Arquipo, fiel compañero en nuestras luchas, y a toda la comunidad que se reúne en su casa: (Carta a Filemon 1, 2)
Hermanos santos, que gozan de una vocación sobrenatural, fíjense en Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe; (Carta a los Hebreos 3, 1)
Hemos pasado a ser solidarios de Cristo, pero con tal de que mantengamos hasta el fin nuestra convicción del principio. (Carta a los Hebreos 3, 14)
pero la que produce zarzas y espinas pierde su valor; un poco más y la maldicen, y terminarán por prenderle fuego. Sigamos firmes en nuestra esperanza (Carta a los Hebreos 6, 8)
Tenemos, pues, promesa y juramento, dos cosas irrevocables en las que Dios no puede mentir y que nos dan plena seguridad cuando dejamos todo para aferrarnos a nuestra esperanza. (Carta a los Hebreos 6, 18)
Esta es nuestra ancla espiritual, segura y firme, que se fijó más allá de la cortina del Templo, en el santuario mismo. (Carta a los Hebreos 6, 19)
pero con toda seguridad la sangre de Cristo, que se ofreció a Dios por el Espíritu eterno como víctima sin mancha, purificará nuestra conciencia de las obras de muerte, para que sirvamos al Dios vivo. (Carta a los Hebreos 9, 14)
Sigamos profesando nuestra esperanza sin que nada nos pueda conmover, ya que es digno de confianza aquel que se comprometió. (Carta a los Hebreos 10, 23)
La lengua es un fuego, y es un mundo de maldad; rige nuestro organismo y mancha a toda la persona: el fuego del infierno se mete en ella y lo transmite a toda nuestra vida. (Carta de Santiago 3, 6)
Del mismo modo ahora la palabra de Dios es la que conserva nuestro cielo y nuestra tierra, pero serán destruidos por el fuego el día del Juicio, cuando los impíos también sean destruidos. (2º Carta de Pedro 3, 7)