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  • Más aún, Yavé te entregará a ti y a Israel, tu pueblo, en manos de los filisteos. Mañana, tú y tus hijos estarán conmigo y el ejército de Israel será derrotado por los filisteos.» (1 Samuel 28, 19)

  • Los jefes de los filisteos dijeron: «¿Qué hacen aquí estos hebreos?» Aquís les respondió: «Es David, el servidor de Saúl, rey de Israel, que hace ya uno o dos años que está conmigo, y desde el día de su venida hasta hoy no he tenido nada que reprocharle.» (1 Samuel 29, 3)

  • Abner envió mensajeros a David para decirle: «Haz alianza conmigo y yo te apoyaré para que todo Israel te reconozca.» (2 Samuel 3, 12)

  • Cuando ella se acercó para darle de comer, él la tomó y le dijo: «Ven, hermana mía, acuéstate conmigo.» (2 Samuel 13, 11)

  • Pero si no le agrado, que haga conmigo lo que le parezca. (2 Samuel 15, 26)

  • David le dijo: «Si vas conmigo, serás para mí una carga. (2 Samuel 15, 33)

  • «Mipibaal, ¿por qué no viniste conmigo?» El respondió: «Porque mi servidor me engañó, pues yo, siervo tuyo, le dije: «Ensilla el burro para montar en él e ir con el rey; porque soy cojo.» (2 Samuel 19, 27)

  • El rey le dijo: «Ven conmigo y en tu vejez te mantendré junto a mí en Jerusalén.» (2 Samuel 19, 34)

  • Dale lo que tú quieras.» El rey contestó: «Que venga conmigo Kimham; haré por él lo que quieras, y cuanto tú me pidas te lo concederé.» (2 Samuel 19, 39)

  • Sí, así es mi familia ante Dios, que hizo conmigo una alianza eterna, en todo ordenada y segura. ¿No hará él que germinen mis esperanzas y todos mis deseos? (2 Samuel 23, 5)

  • y una de ellas presentó así su queja: «Yo y esta mujer vivíamos en una misma casa y he tenido un hijo estando ella conmigo. (1 Reyes 3, 17)

  • Entonces se levantó ella durante la noche y tomó a mi hijo de mi lado, mientras yo dormía, y lo acostó con ella, y a su hijo muerto lo puso conmigo. (1 Reyes 3, 20)


“Dirás tu o mais belo dos credos quando houver noite em redor de ti, na hora do sacrifício, na dor, no supremo esforço duma vontade inquebrantável para o bem. Este credo é como um relâmpago que rasga a escuridão de teu espírito e no seu brilho te eleva a Deus”. São Padre Pio de Pietrelcina