1. También la reina Ester, aterrada por el inminente peligro de muerte que se cernía sobre ella, recurrió al Señor.

2. Se despojó de sus vestiduras reales y se puso vestidos de llanto y de duelo; en vez de olorosos perfumes, cubrió su cabeza de polvo y ceniza, mortificó duramente su cuerpo con ayunos y ocultó la espléndida belleza de su cuerpo con sus cabellos en desorden.

3. Rogó así al Señor, Dios de Israel: "Señor mío, rey nuestro, tú eres único. Ayúdame en mi soledad, pues no tengo otro socorro que tú,

4. y me acecha de cerca el peligro de muerte.

5. He oído desde niña en mi familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas las naciones, y a nuestros padres entre todos sus antecesores para tu eterna heredad; y has cumplido lo que prometiste.

6. Pero ahora nosotros hemos pecado ante ti, y nos has entregado en manos de nuestros enemigos

7. porque hemos dado culto a sus dioses. Justo eres, Señor.

8. Pero no se contentan ahora con la amargura de nuestra esclavitud, y han jurado ante sus ídolos

9. anular tus promesas y exterminar tu propiedad, cerrar la boca de los que te alaban y extinguir la gloria de tu templo y de tu altar

10. para abrir la boca de los gentiles, que alabarán a sus ídolos y engrandecerán para siempre a un rey de carne.

11. No entregues, Señor, tu cetro a los que son nada; que no se rían los gentiles de nuestra ruina. Vuelve sus propósitos contra ellos e infiere ejemplar castigo al que inició contra nosotros esta guerra.

12. Acuérdate, Señor, y hazte visible en el día de nuestra angustia; dame valor, rey de dioses y Señor omnipotente.

13. Pon en mi boca palabras oportunas cuando esté delante del león, y cambia su corazón en odio contra nuestro enemigo para que perezca con sus cómplices.

14. Líbranos, Señor, con tu poder, y asísteme a mí, que estoy sola y a nadie tengo sino a ti, Señor. Tú lo sabes todo,

15. tú sabes que aborrezco la riqueza de los injustos, que detesto el lecho de los incircuncisos, como el de cualquier extranjero.

16. Tú conoces la grave situación en que me encuentro y sabes también que detesto el distintivo de mi grandeza que ciñe mi cabeza cuando aparezco en público. Sí, lo aborrezco como a un paño inmundo, y jamás lo llevo en mi vida privada.

17. Jamás tu sierva ha comido en la mesa de Amán, ni ha honrado con su presencia los convites del rey, ni ha bebido del vino que ofrece a sus dioses.

18. Ni tu sierva se ha alegrado desde mi elección hasta hoy sino en ti, Señor, Dios de Abrahán.

19. ¡Oh Dios, más poderoso que todos!, escucha la voz de los sin esperanza, líbranos del poder de los malvados y quítame este miedo".





“Deve-se caminhar em nuvens cada vez que se termina uma confissão!” São Padre Pio de Pietrelcina