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por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. (II Pedro 1, 4)
Pues si tenéis estas cosas y las tenéis en abundancia, no os dejarán inactivos ni estériles para el conocimiento perfecto de nuestro Señor Jesucristo. (II Pedro 1, 8)
Pues si Dios no perdonó a los Angeles que pecaron, sino que, precipitándolos en los abismos tenebrosos del Tártaro, los entregó para ser custodiados hasta el Juicio; (II Pedro 2, 4)
es porque el Señor sabe librar de las pruebas a los piadosos y guardar a los impíos para castigarles en el día del Juicio, (II Pedro 2, 9)
cuando los Angeles, que son superiores en fuerza y en poder, no pronuncian juicio injurioso contra ellas en presencia del Señor. (II Pedro 2, 11)
Pero éstos, como animales irracionales, destinados por naturaleza a ser cazados y muertos, que injurian lo que ignoran, con muerte de animales morirán, (II Pedro 2, 12)
Tienen los ojos llenos de adulterio, que no se sacian de pecado, seducen a las almas débiles, tienen el corazón ejercitado en la codicia, ¡hijos de maldición! (II Pedro 2, 14)
Les prometen libertad, mientras que ellos son esclavos de la corrupción, pues uno queda esclavo de aquel que le vence. (II Pedro 2, 19)
Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que le fue transmitido. (II Pedro 2, 21)
Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: «el perro vuelve a su vómito» y «la puerca lavada, a revolcarse en el cieno». (II Pedro 2, 22)
Acordaos de las predicciones de los santos profetas y del mandamiento de vuestros apóstoles que es el mismo del Señor y Salvador. (II Pedro 3, 2)
Lo escribe también en todas las cartas cuando habla en ellas de esto. Aunque hay en ellas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles interpretan torcidamente - como también las demás Escrituras - para su propia perdición. (II Pedro 3, 16)