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Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, (I Corintios 12, 24)
para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. (I Corintios 12, 25)
Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. (I Corintios 12, 27)
Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. (I Corintios 13, 3)
Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? (I Corintios 15, 35)
Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra planta. (I Corintios 15, 37)
Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar. (I Corintios 15, 38)
se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual. (I Corintios 15, 44)
Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. (II Corintios 4, 10)
Así pues, siempre llenos de buen ánimo, sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, (II Corintios 5, 6)
Estamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. (II Corintios 5, 8)
Por eso, bien en nuestro cuerpo, bien fuera de él, nos afanamos por agradarle. (II Corintios 5, 9)
