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Y el rey mandó traer a aquellos hombres que habían acusado a Daniel y echarlos al foso de los leones, a ellos, y a sus hijos y mujeres. Y no habían llegado aún al fondo del foso cuando ya los leones se habían lanzado sobre ellos y les habían triturado todos los huesos. (Daniel 6, 25)
Por mí se decreta que en todos los dominios de mi reino se tema y se tiemble ante el Dios de Daniel, porque él es el Dios vivo, que subsiste por siempre, - su reino no será destruido y su imperio durará hasta el fin - (Daniel 6, 27)
el que salva y libera, obra señales y milagros en los cielos y en la tierra; el que ha salvado a Daniel del poder de los leones.» (Daniel 6, 28)
Y este mismo Daniel floreció en el reinado de Darío y en el reinado de Ciro el Persa. (Daniel 6, 29)
El año primero de Baltasar, rey de Babilonia, Daniel tuvo un sueño y visiones de su cabeza, mientras se hallaba en su lecho. En seguida puso el sueño por escrito. Comienzo del relato: (Daniel 7, 1)
Daniel tomó la palabra y dijo: Contemplaba yo en mi visión durante la noche lo siguiente: los cuatro vientos del cielo agitaron el mar grande, (Daniel 7, 2)
Yo, Daniel, quedé muy impresionado en mi espíritu por estas cosas, y las visiones de mi cabeza me dejaron turbado. (Daniel 7, 15)
Hasta aquí la relación. Yo, Daniel, quedé muy turbado en mis pensamientos, se me demudó el color del rostro y guardé estas cosas en mi corazón. (Daniel 7, 28)
El año tercero del reinado del rey Baltasar, yo, Daniel, tuve una visión después de la tenida anteriormente. (Daniel 8, 1)
Mientras yo, Daniel, contemplaba esta visión y trataba de comprenderla, vi de pronto delante de mí como una apariencia de hombre, (Daniel 8, 15)
Yo, Daniel, desfallecí y estuve enfermo unos cuantos días. Luego me levanté para ocuparme de los asuntos del rey. Seguía perplejo por la visión, que no se podía comprender. (Daniel 8, 27)
el año primero de su reinado, yo, Daniel, me puse a investigar en las Escrituras sobre el número de años que, según la palabra de Yahveh dirigida al profeta Jeremías, debían pasar sobre las ruinas de Jerusalén, a saber setenta años. (Daniel 9, 2)