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  • Se hizo el sorteo para los clanes de los quehatitas; y a los levitas descendientes de Aarón, el sacerdote, les tocaron en suerte trece ciudades de las tribus de Judá, de Simeón y de Benjamín; (Josué 21, 4)

  • a los clanes de los otros quehatitas les tocaron en suerte diez ciudades de las tribus de Efraím, de Dan y de la mitad de Manasés. (Josué 21, 5)

  • A los clanes de los gersonitas les tocaron en suerte trece ciudades de las tribus de Isacar, de Aser, de Neftalí y de la mitad de Manasés, en Basán. (Josué 21, 6)

  • Y a los clanes de los meraritas les tocaron en suerte doce ciudades de las tribus de Rubén, de Gad y de Zabulón. (Josué 21, 7)

  • Y como la primera suerte les tocó a los levitas que pertenecían a los clanes de los quehatitas y eran descendientes de Aarón, (Josué 21, 10)

  • A los clanes de los otros levitas descendientes de Quehat les tocaron en suerte ciudades de la tribu de Efraím. (Josué 21, 20)

  • Eran en total diez ciudades, con sus campos de pastoreo, para los restantes clanes de los quehatitas. (Josué 21, 26)

  • A los clanes levíticos de los gersonitas les dieron: de la mitad de la tribu de Manasés, Golán en Basán -la ciudad de refugio para los homicidas- y también Astarot, cada una con sus campos de pastoreo: dos ciudades. (Josué 21, 27)

  • Las ciudades de los clanes de los gersonitas, con sus respectivos campos de pastoreo, eran trece en total. (Josué 21, 33)

  • Al resto de los levitas, o sea, a los clanes de los meraritas les dieron: de la tribu de Zabulón, Iocneam, Cartá, (Josué 21, 34)

  • En total, eran doce las ciudades asignadas mediante un sorteo al resto de los clanes levíticos, o sea, a los meraritas. (Josué 21, 40)

  • y a otros diez jefes, uno por cada tribu, para que se entrevistaran con los rubenitas, los gaditas y la mitad de la tribu de Manasés, en el territorio de Galaad. Todos ellos eran jefes de familia en los clanes de Israel. (Josué 22, 14)


“Não há nada mais inaceitável do que uma mulher caprichosa, frívola e arrogante, especialmente se é casada. Uma esposa cristã deve ser uma mulher de profunda piedade em relação a Deus, um anjo de paz na família, digna e agradável em relação ao próximo.” São Padre Pio de Pietrelcina