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A los que queden de ustedes les infundiré pánico en sus corazones en el país de sus enemigos; el ruido de una hoja que cae los hará huir como quien huye de la espada y caerán sin que nadie los persiga. (Levítico 26, 36)
Se atropellarán unos a otros como delante de la espada, aunque nadie los persiga. No se podrán tener en pie ante el enemigo. (Levítico 26, 37)
Nadie podrá consagrar los primogénitos de su ganado, porque éstos ya pertenecen a Yavé. Sean de ganado mayor o menor, pertenecen a Yavé. (Levítico 27, 26)
otro hombre ha tenido relaciones con ellas en secreto y ella supo disimular este acto impuro de tal manera que nadie lo ha visto y no hay testigos. (Números 5, 13)
Entonces el sacerdote pedirá a la mujer que repita esta maldición: «Si nadie más que tu marido se ha acostado contigo y no te has descarriado con otro hombre, esta agua amarga que trae la maldición manifestará tu inocencia. (Números 5, 19)
Ahora bien, Moisés era un hombre muy humilde. No había nadie más humilde que él en la faz de la tierra. (Números 12, 3)
Efectivamente los Israelitas lo masacraron junto con sus hijos y todo su pueblo, a tal punto que nadie quedó con vida, y se instalaron en su territorio. (Números 21, 35)
Entre ellos no había nadie de los que habían sido alistados por Moisés y por el sacerdote Aarón, cuando hicieron el censo de los hijos de Israel en el desierto de Sinaí. (Números 26, 64)
Cuando juzguen, no se dejarán influenciar por persona alguna, sino que escucharán lo mismo al pobre que al rico, al poderoso que al débil, y no tendrán miedo de nadie, pues el juicio es cosa de Dios. Si un problema les resulta demasiado difícil, me lo pasarán a mí, y yo lo veré . (Deuteronomio 1, 17)
Y Yavé entregó en nuestras manos a Og, rey de Basán, con todo su pueblo; los derrotamos en tal forma que no quedó nadie con vida. (Deuteronomio 3, 3)
Entregará sus reyes en tus manos para que borres sus nombres de debajo del cielo; nadie podrá resistir ante ti hasta que los hayas destruido. (Deuteronomio 7, 24)
Es un pueblo grande, de alta estatura, los enaceos, que tú mismo has visto y de quienes se dice que nadie puede vencerlos. (Deuteronomio 9, 2)