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Tomándolo todo, partió para su patria, después de haber derramado mucha sangre y de hacer declaraciones insolentes. (1 Macabeos 1, 24)
Ananías, Azarías y Misael fueron salvados de las llamas por haber tenido fe. (1 Macabeos 2, 59)
Subieron al monte Sión, alegres y muy contentos, y ofrecieron holocaustos por haber regresado felizmente y sin haber perdido a ninguno de los suyos. (1 Macabeos 5, 54)
Fue una gran derrota para el pueblo, y esto, por no haber escuchado a Judas y sus hermanos y creerse capaces de grandes hazañas. (1 Macabeos 5, 61)
Algunos sacerdotes que querían hacerse los valientes cayeron aquel día por haber atacado imprudentemente a los enemigos. (1 Macabeos 5, 67)
Pero Judas les contestó: «Líbreme Dios de huir ante ellos. Si ha llegado nuestra hora, moriremos como valientes por nuestros hermanos, sin haber manchado nuestra gloria.» (1 Macabeos 9, 10)
El pueblo comprobó la fidelidad de Simón y que solamente pretendía engrandecer a su nación. Lo nombró su jefe y Sumo Sacerdote precisamente por los servicios prestados, por la justicia y fidelidad que demostró a su nación y por haber buscado por todos los medios la promoción de su pueblo. (1 Macabeos 14, 35)
Pero no pudo mantenerse en el poder y, sin haber logrado otra cosa que su propia vergüenza, tuvo que huir de nuevo a la tierra de Ammán. (2 Macabeos 5, 7)
Por esto, también el Templo ha participado de las desgracias de la nación, así como después participó de su restauración, y tras haber sido abandonado en el tiempo de la ira de Dios, de nuevo fue restablecido en su gloria cuando se apaciguó el Señor Altísimo. (2 Macabeos 5, 20)
Dos mujeres fueron denunciadas por haber hecho sobre sus hijos el rito de la circuncisión. Las hicieron pasear por toda la ciudad con sus hijos atados a los pechos. Después las arrojaron por la muralla. (2 Macabeos 6, 10)
Pero tú no te imagines que vas a quedar impune después de haber hecho la guerra a Dios.» (2 Macabeos 7, 19)
quedó humillado con el auxilio de Dios por aquellos mismos que él había despreciado. Despojado de su rico traje, huyendo a través de los campos como fugitivo, llegó a Antioquía demasiado feliz todavía de haber escapado a la destrucción de su ejército. (2 Macabeos 8, 35)