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Luego de un rudo combate, los israelitas fueron derrotados, dejando muertos en el campo de batalla alrededor de cuatro mil hombres. Volvió el ejército al campamento, y los jefes de Israel se preguntaban por qué Yavé había dejado que fueran derrotados por los filisteos. Y se dijeron: «Vamos a Silo a buscar el Arca de nuestro Dios. Así estará ella con nosotros y nos salvará de nuestros enemigos.» (1 Samuel 4, 3)
Cuando los filisteos oyeron esa aclamación estruendosa dijeron: «¿Qué significarán esas aclamaciones tan grandes en el campamento de los israelitas?» Luego se enteraron de que el Arca de Yavé había llegado al campamento. (1 Samuel 4, 6)
Estando por morir, las que le asistían le dijeron: «Animo, que es un niño»; pero ella estaba inconsciente y no respondió. (1 Samuel 4, 20)
Al ver lo que pasaba, los asdodeos dijeron: «Que no quede entre nosotros el Arca del Dios de Israel, porque su mano se hizo pesada sobre nosotros y contra el dios Dagón.» (1 Samuel 5, 7)
Entonces hicieron llamar a los jefes de las ciudades de los filisteos y les dijeron: «¿Qué haremos con el Arca del Dios de Israel?» Ellos decidieron que el Arca del Dios de Israel se trasladara a Gat, y la llevaron allí. (1 Samuel 5, 8)
Por esto, hicieron llamar a los jefes de las ciudades de los filisteos, a los cuales dijeron: «Devuelvan el Arca del Dios de Israel; que vuelva a su lugar y no nos haga morir a todos.» Porque se difundía por todas las ciudades el terror de la muerte, ya que la mano de Dios se había sentido duramente allí. (1 Samuel 5, 11)
Ellos dijeron: «¿Qué reparación debemos ofrecer?» Y los sacerdotes respondieron: (1 Samuel 6, 4)
Dijeron entonces los habitantes de Bet-Semes: «¿Quién podrá quedarse en presencia de Yavé, el Dios Santo?» «¿A dónde podríamos enviar el Arca?» (1 Samuel 6, 20)
Se reunieron en Mizpá, derramaron agua ante Yavé, ayunaron durante ese día y dijeron: «Hemos pecado contra Yavé.» Y fue Samuel quien dirigió esta asamblea de los israelitas en Mizpá. (1 Samuel 7, 6)
y dijeron a Samuel: «No dejes de invocar a Yavé, nuestro Dios, para que él nos salve de los filisteos.» (1 Samuel 7, 8)
y le dijeron: «Tú ya estás viejo y tus hijos no siguen tus ejemplos. Pues bien, danos un rey para que nos gobierne, como hacen los reyes en todos los países.» (1 Samuel 8, 5)
Pero algunos malvados dijeron: «¡Qué nos va a salvar ése!» Y para demostrarle su desprecio, no le llevaron regalos. (1 Samuel 10, 27)