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Lo mismo pasa con ustedes, hermanos, pues han muerto a la Ley en la persona de Cristo, y han pasado a pertenecer a otro, al que resucitó de entre los muertos, a fin de que diéramos fruto para Dios. (Carta a los Romanos 7, 4)
Cuando no éramos más que «carne», la Ley estimulaba las pasiones propias del pecado, que actuaban en nuestro cuerpo produciendo frutos de muerte. (Carta a los Romanos 7, 5)
Y también nosotros, aunque ya tengamos el Espíritu como un anticipo de lo que hemos de recibir, gemimos en nuestro interior mientras esperamos nuestros derechos de hijos y la redención de nuestro cuerpo. (Carta a los Romanos 8, 23)
Y David dice: Que sus banquetes sean trampa y un lazo, una piedra donde caigan ellos mismos y encuentren ahí su castigo. (Carta a los Romanos 11, 9)
Cuando se consagran a Dios las primicias, queda todo bendecido. Si la raíz es santa, lo serán también las ramas. (Carta a los Romanos 11, 16)
Ves que algunas ramas han sido cortadas, mientras que a ti te tomaron de un árbol silvestre para injertarte en el árbol bueno de ellos, beneficiándote así de la raíz y de la savia del olivo. (Carta a los Romanos 11, 17)
¡No desprecies a esas ramas! ¿Cómo puedes sentirte superior? No eres tú el que sostiene la raíz, sino que es la raíz la que te sostiene a ti. (Carta a los Romanos 11, 18)
Dirás tal vez: «Cortaron las ramas para injertarme a mí.» (Carta a los Romanos 11, 19)
Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, menos aún te perdonará a ti. (Carta a los Romanos 11, 21)
Si los miramos desde el Evangelio, ellos son enemigos, lo que es para el bien de ustedes. Pero ateniéndose a la elección, ellos son amados en atención a sus padres. (Carta a los Romanos 11, 28)
No se nieguen ese derecho el uno al otro, a no ser que lo decidan juntos, y por cierto tiempo, con el fin de dedicarse más a la oración. Después vuelvan a estar juntos, no sea que caigan en las trampas de Satanás por no saberse dominar. (1º Carta a los Corintios 7, 5)
Al decirles esto no quiero ponerles trampas; se lo digo para su bien, con miras a una vida más noble en la que estén enteramente unidos al Señor. (1º Carta a los Corintios 7, 35)
