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Ustedes saben muy bien que he servido a su padre con todas mis fuerzas, (Génesis 31, 6)
Labán alcanzó a Jacob. Como éste ya había levantado sus tiendas en el cerro de Mispa, Labán instalo las suyas en el de Galaad. (Génesis 31, 25)
Labán dijo a Jacob: «¿Qué me has hecho? Me has engañado, y te has llevado a mis hijas como si fueran prisioneras de guerra. (Génesis 31, 26)
Ni siquiera me has dejado besar a mis hijos y a mis hijas. Te has portado como un tonto. (Génesis 31, 28)
Pero si te has ido porque echabas de menos a la casa de tu padre, ¿por qué me has robado mis dioses?» (Génesis 31, 30)
Después de revisar todas mis cosas, ¿qué objeto de tu casa has encontrado? Colócalo aquí, a la vista de tu familia y de la mía, y que ellos sean jueces entre nosotros dos. (Génesis 31, 37)
Los animales destrozados por las fieras, no te los traía, sino que yo mismo los reemplazaba, y tú me exigías lo que había sido robado de noche o de día. (Génesis 31, 39)
Si el Dios de mi padre, el Dios de Abrahán y Dios Terrible de Isaac, no me hubiera asistido, con toda seguridad que tú me habrías despedido con las manos vacías. Pero Dios ha visto mis pruebas y el trabajo de mis manos y por eso anoche pronunció su sentencia.» (Génesis 31, 42)
Respondió Labán a Jacob: «Estas hijas son mis hijas y estos hijos son mis hijos, el ganado también es mío y todo cuanto ves es mío. ¿Cómo podría yo querer mal a mis hijas y a sus hijos? (Génesis 31, 43)
Por esto se llamó Galed, y también Mispá, porque dijo: «Que Yavé se fije en nosotros cuando nos hayamos separado. (Génesis 31, 49)
Si tratas mal a mis hijas o si tomas otras mujeres fuera de ellas, no serán los hombres los que te juzguen, sino Dios que es testigo de nuestro pacto.» (Génesis 31, 50)
Volvieron los mensajeros y dijeron a Jacob: «Hemos estado con tu hermano Esaú, y él mismo viene ahora a tu encuentro con cuatrocientos hombres.» (Génesis 32, 7)