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  • Saúl, pues, envió unos soldados para que lo tomaran preso. Ellos vieron a la comunidad de los profetas «profetizando»; es decir, que estaban en trance, con Samuel al frente de ellos. Entonces el espíritu de Yavé se apoderó de los soldados, que también empezaron a profetizar. (1 Samuel 19, 20)

  • Todos los que se encontraban en apuros, o tenían deudas, o estaban descontentos, se unieron a él y lo eligieron su jefe. Juntó unos cuatrocientos hombres bajo su mando. (1 Samuel 22, 2)

  • En seguida el rey dijo a los de su guardia que estaban a su lado: «Acérquense y maten a los sacerdotes de Yavé, porque también están con David y, sabiendo que él huía, no me lo comunicaron.» Pero los servidores del rey no quisieron levantar su mano para herir a los sacerdotes de Yavé. (1 Samuel 22, 17)

  • Vinieron a avisarle a David que los filisteos estaban atacando a Queilá y destruyendo las eras. (1 Samuel 23, 1)

  • Despidiéndose de Saúl se volvieron a Zif antes que él. David y sus hombres estaban en una llanura que queda al sur del desierto de Maón. Saúl y sus hombres salieron en su busca. (1 Samuel 23, 24)

  • David y sus hombres estaban sentados en el fondo de la cueva. Estos le dijeron: «Mira. Ha llegado el día que te anunció Yavé cuando te hizo esta promesa: Entregaré a tu enemigo en tus manos y tú lo tratarás como te parezca.» David se levantó, y silenciosamente cortó la punta del manto de Saúl. (1 Samuel 24, 5)

  • Observó el lugar en que estaban acostados Saúl y Abner, hijo de Ner, jefe de su tropa. Saúl dormía en el centro del campamento, y el resto de su gente acampaba a su alrededor. (1 Samuel 26, 5)

  • David partió con sus seiscientos hombres, y llegó al torrente Besor. Allí se quedaron doscientos que estaban muy cansados para cruzar el torrente. (1 Samuel 30, 9)

  • Entonces David rasgó su vestidura y lo mismo hicieron los que estaban con él. (2 Samuel 1, 11)

  • Hizo subir también a los que estaban con él, cada uno con su familia, y se establecieron en los pueblos de Hebrón. (2 Samuel 2, 3)

  • David dijo a Joab y a todos los que estaban con él: «Rasguen sus vestidos, vístanse con sacos y lloren por Abner.» David mismo seguía detrás del cadáver, (2 Samuel 3, 31)

  • No tenías tus manos atadas ni estaban tus pies encadenados; has caído víctima de criminales.» (2 Samuel 3, 34)


“A divina bondade não só não rejeita as almas arrependidas, como também vai em busca das almas teimosas”. São Padre Pio de Pietrelcina