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que no injurien a nadie, que no sean pendencieros sino apacibles, mostrando una perfecta mansedumbre con todos los hombres. (Tito 3, 2)
él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo, (Tito 3, 5)
Doy gracias sin cesar a mi Dios, recordándote en mis oraciones, (Filemon 1, 4)
mas, sin consultarte, no he querido hacer nada, para que esta buena acción tuya no fuera forzada sino voluntaria. (Filemon 1, 14)
y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo como amo, sino también en el Señor!. (Filemon 1, 16)
Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham. (Hebreos 2, 16)
Y ¿a quiénes juró que no entrarían en su descanso sino a los que desobedecieron? (Hebreos 3, 18)
Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. (Hebreos 4, 15)
Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. (Hebreos 5, 4)
De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. (Hebreos 5, 5)
Por eso, dejando aparte la enseñanza elemental acerca de Cristo, elevémonos a lo perfecto, sin reiterar los temas fundamentales del arrepentimiento de las obras muertas y de la fe en Dios; (Hebreos 6, 1)
de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas. (Hebreos 6, 12)
