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ya ves que Ragüel me ha conjurado, y que no puedo desatender su deseo.» Rafael se puso en camino para Ragués de Media con los cuatro criados y los dos camellos y fueron a pernoctar en casa de Gabael. Le presentó el recibo y le dio la noticia de que Tobías, hijo de Tobit, se había casado y le invitaba a la boda. Gabael se levantó, le entregó todos los sacos de dinero, con los sellos intactos, y los cargaron sobre los camellos. (Tobías 9, 5)
Corrió Ana y se echó al cuello de su hijo, diciendo: «¡Ya te he visto, hijo! ¡Ya puedo morir!» Y rompió a llorar. (Tobías 11, 9)
Respondió Tobías: «Padre, ¿qué salario puedo darle? Aun entregándole la mitad de la hacienda que traje conmigo, no salgo perdiendo. (Tobías 12, 2)
Alguien surge... no puedo reconocer su cara; una imagen delante de mis ojos. Silencio..., después oigo una voz: (Job 4, 16)
Puedo contar todos mis huesos; ellos me observan y me miran, (Salmos 22, 18)
Y ahora, Señor, ¿qué puedo yo esperar? En ti está mi esperanza. (Salmos 39, 8)
Pues desdichas me envuelven en número incontable. Mis culpas me dan caza, y no puedo ya ver; más numerosas son que los cabellos de mi cabeza, y el corazón me desampara. (Salmos 40, 13)
Los párpados de mis ojos tú retienes, turbado estoy, no puedo hablar; (Salmos 77, 5)
Desdichado y agónico estoy desde mi infancia, he soportado tus terrores, y ya no puedo más; (Salmos 88, 16)
Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla. (Salmos 139, 6)
Toda revelación será para vosotros como palabras de un libro sellado, que da uno al que sabe leer diciendo: «Ea, lee eso»; y dice el otro: «No puedo, porque está sellado»; (Isaías 29, 11)
¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? - oráculo de Yahveh -. Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel. (Jeremías 18, 6)