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Entonces él se volvió donde Judá y dijo: «No la he encontrado; y los mismos lugareños me han dicho que allí no ha habido ninguna ramera.» (Génesis 38, 22)
El mismo dejó todo lo suyo en manos de José y, con él, ya no se ocupó personalmente de nada más que del pan que comía. José era apuesto y de buena presencia. (Génesis 39, 6)
¿No es él mayor que y o en esta casa? Y sin embargo, no me ha vedado absolutamente nada más que a ti misma, por cuanto eres su mujer. ¿Cómo entonces voy a hacer este mal tan grande, pecando contra Dios?» (Génesis 39, 9)
y le repitió esto mismo: «Ha entrado a mí ese siervo hebreo que tú nos trajiste, para abusar de mí; (Génesis 39, 17)
Pero Yahveh asistió a José y le cubrió con su misericordia, haciendo que se ganase el favor del alcaide. (Génesis 39, 21)
Aconteció que ambos soñaron sendos sueños en una misma noche, cada cual con su sentido propio: el escanciador y el panadero del rey de Egipto que estaban detenidos en la prisión. (Génesis 40, 5)
Dentro de tres días levantará Faraón tu cabeza: te devolverá a tu cargo, y pondrás la copa de Faraón en su mano, lo mismo que antes, cuando eras su escanciador. (Génesis 40, 13)
Y vuelto a dormirse soñó otra vez que siete espigas crecían en una misma caña, lozanas y buenas. (Génesis 41, 5)
Entonces tuvimos sendos sueños en una misma noche, tanto yo como él, cada uno con su sentido propio. (Génesis 41, 11)
y volví a ver en sueños cómo siete espigas crecían en una misma caña, henchidas y buenas. (Génesis 41, 22)
José era el que regía en todo el país, y él mismo en persona era el que distribuía grano a todo el mundo. Llegaron los hermanos de José y se inclinaron rostro en tierra. (Génesis 42, 6)
Todos nosotros somos hijos de un mismo padre, y somos gente de bien: tus siervos no son espías.» (Génesis 42, 11)
