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En conclusión, tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes. (I Pedro 3, 8)
Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo. (I Pedro 3, 16)
Ya que Cristo padeció en la carne, armaos también vosotros de este mismo pensamiento: quien padece en la carne, ha roto con el pecado, (I Pedro 4, 1)
De igual manera, jóvenes, sed sumisos a los ancianos; revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. (I Pedro 5, 5)
Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. (I Pedro 5, 9)
Por esta misma razón, poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, (II Pedro 1, 5)
Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo. (II Pedro 1, 18)
Acordaos de las predicciones de los santos profetas y del mandamiento de vuestros apóstoles que es el mismo del Señor y Salvador. (II Pedro 3, 2)
y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos. (II Pedro 3, 7)
Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. (I Juan 1, 7)
y esta es la promesa que él mismo os hizo: la vida eterna. (I Juan 2, 25)
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro. (I Juan 3, 3)
