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Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. (Lucas 19, 15)
«Tengan cuidado de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y en los banquetes; (Lucas 20, 46)
Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos. (Lucas 23, 34)
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes. (Lucas 24, 4)
Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto». (Lucas 24, 49)
Él se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?». (Juan 1, 38)
Para eso tenía que atravesar Samaría. (Juan 4, 4)
Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. (Juan 6, 1)
No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. (Juan 17, 15)
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, (Juan 19, 23)
se dijeron entre sí: «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. (Juan 19, 24)
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. (Juan 19, 34)