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Al tercer día, cuando estaban más doloridos, dos hijos de Jacob, Simeón y Leví, hermanos de Dina, agarraron sus espadas, entraron en la ciudad sin peligro y mataron a todos los varones. (Génesis 34, 25)
levantó allí un altar y llamó al lugar «El-Betel», porque allí fue donde se le había aparecido Dios, cuando iba huyendo de su hermano. (Génesis 35, 7)
Volvió Jacob a la casa de su padre Isaac, a Mambré, junto a Quiryat-Arbe, (es decir, Hebrón), donde Abraham e Isaac habían vivido como forasteros. (Génesis 35, 27)
Jacob, por su parte, se estableció en Canaán, país donde había vivido su padre. (Génesis 37, 1)
Israel quería a José más que a sus otros hijos, pues le había nacido en su ancianidad; incluso le había hecho una túnica con mangas. (Génesis 37, 3)
«Miren, les dijo, el sueño que he tenido. (Génesis 37, 6)
Su padre, que también lo escuchaba, lo reprendió y le dijo: «¿Qué sueño es ese que has tenido? ¿Acaso yo, tu madre y tus hermanos tendremos que inclinarnos ante ti?» (Génesis 37, 10)
Sus hermanos habían ido a apacentar el rebaño de su padre a Siquem, (Génesis 37, 12)
Un hombre lo vio que andaba perdido por los campos y le preguntó: «¿Qué buscas?» (Génesis 37, 15)
El hombre le contestó: «Se han ido de aquí, pues les oí decir: Vámonos a Dotán. » Y José salió en busca de sus hermanos y los encontró en Dotán. (Génesis 37, 17)
Al regresar Rubén al pozo, ya no encontró a José. Rasgó sus vestidos (Génesis 37, 29)
Jacob la reconoció y exclamó: «¡Es la túnica de mi hijo. Algún animal feroz lo ha devorado! ¡José ha sido despedazado!» (Génesis 37, 33)
