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A su debido tiempo Dios lo manifestará, el Bienaventurado y único Soberano, Rey de reyes y Señor de señores. (1º Carta a Timoteo 6, 15)
No te avergüences, pues, del martirio de nuestro Señor ni de mí, al verme preso. Al contrario, sufre por el Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. (2º Carta a Timoteo 1, 8)
y por el que ahora padezco esta nueva prueba. Pero no me avergüenzo, porque sé en quién he puesto mi confianza y estoy convencido de que tiene poder para guardarme hasta aquel día lo que deposité en sus manos. (2º Carta a Timoteo 1, 12)
Que el Señor bendiga a la familia de Onesíforo, pues a menudo vino a confortarme y no se avergonzó de mis cadenas. (2º Carta a Timoteo 1, 16)
tu predicación sana e intachable. Con esto los de fuera no encontrarán cosa alguna que criticar, y más bien se sentirán avergonzados. (Carta a Tito 2, 8)
de este modo el que comunicaba la santidad se identificaría con aquellos a los que sanctificaba. Por eso él no se avergüenza de llamarnos hermanos, cuando dice: (Carta a los Hebreos 2, 11)
En realidad Jesús aventaja en mucho a Moisés, pues no hay comparación entre una casa y el que la construye. (Carta a los Hebreos 3, 3)
¿Quiénes son los que cansaron a Dios durante cuarenta años? Los que habían pecado, por lo que perecieron y sus cadáveres quedaron en el desierto. (Carta a los Hebreos 3, 17)
él nos abrió ese camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne. (Carta a los Hebreos 10, 20)
Pero no, aspiraban a una patria mejor, es decir, a la del cielo. Por eso Dios no se avergüenza de ellos ni de llamarse su Dios, pues él les preparó la ciudad. (Carta a los Hebreos 11, 16)
Por la fe atravesaron el mar Rojo como si fuera tierra seca, mientras que los egipcios trataron de pasarlo y se ahogaron. (Carta a los Hebreos 11, 29)
Y sería fácil decirle a uno: «Tú tienes fe, pero yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe a través de las obras. (Carta de Santiago 2, 18)