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Apenas había comenzado yo a hablar, cuando el Espíritu Santo bajó sobre ellos, como había bajado al principio sobre nosotros. (Hecho de los Apóstoles 11, 15)
Después de detenerlo lo hizo encerrar en la cárcel bajo la vigilancia de cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno, pues su intención era juzgarlo ante el pueblo después de la Pascua. (Hecho de los Apóstoles 12, 4)
Herodes ordenó buscarlo y, como no lo encontraron, hizo procesar y ejecutar a los guardias. Después bajó de Judea a Cesarea y se quedó allí. (Hecho de los Apóstoles 12, 19)
Desembarcó en Cesarea. Subió a saludar a aquella Iglesia y después bajó a Antioquía. (Hecho de los Apóstoles 18, 22)
y al imponerles Pablo las manos, el Espíritu Santo bajó sobre ellos y empezaron a hablar lenguas y a profetizar. (Hecho de los Apóstoles 19, 6)
Pablo, entonces, bajó, se inclinó sobre él, y después de tomarlo en sus brazos, dijo: «No se alarmen, pues su alma está en él.» (Hecho de los Apóstoles 20, 10)
Se presentaron, pues, a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos y les dijeron: «Nos hemos comprometido bajo juramento a no probar comida alguna hasta que no hayamos dado muerte a Pablo. (Hecho de los Apóstoles 23, 14)
Pero no les creas, porque hay más de cuarenta hombres de ellos listos para tenderle una trampa. Se han comprometido bajo juramento a no comer ni beber hasta que no le hayan dado muerte. Ya están preparados esperando tu decisión.» (Hecho de los Apóstoles 23, 21)
Cinco días después, el sumo sacerdote Ananías bajó a Cesarea con algunos ancianos y un abogado llamado Tértulo, y presentaron una demanda contra Pablo ante el gobernador. (Hecho de los Apóstoles 24, 1)
Festo les respondió que Pablo estaba bajo custodia en Cesarea y que él volvería muy pronto allá. (Hecho de los Apóstoles 25, 4)
Pero Pablo apeló y pidió que el sumario lo hiciera el tribunal del emperador. Entonces ordené que lo mantuvieran bajo custodia hasta que pueda enviarlo al César.» (Hecho de los Apóstoles 25, 21)
Grande, bajo todo punto de vista. En primer lugar, fue a los judíos a quienes confió Dios su palabra. (Carta a los Romanos 3, 2)
