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  • Durante cuarenta años, Yavé los ha hecho caminar por el desierto, sin que se les hayan gastado los vestidos, ni se haya roto de puro viejo el calzado de sus pies. (Deuteronomio 29, 4)

  • Eran unos cuarenta mil hombres, bien armados, y marchaban delante de Yavé para combatir, dirigiéndose a las llanuras de Jericó. (Josué 4, 13)

  • Pues los israelitas anduvieron cuarenta años por el desierto, hasta que murieron todos, toda esa generación que no obedeció a Yavé, y Yavé les juró que no los dejaría entrar a la tierra que mana leche y miel y que prometió a sus padres. (Josué 5, 6)

  • «Tú sabes lo que Yavé le dijo a Moisés, hombre de Dios, a mi respecto en Cadés-Barné. Yo tenía cuarenta años cuando Moisés me envió desde Cadés-Barné a explorar la tierra, y yo le informé sinceramente. (Josué 14, 7)

  • Ahora bien, Yavé, cumpliendo su palabra, me ha permitido vivir hasta hoy. Hace cuarenta y cinco años que Yavé dio esta orden a Moisés, cuando Israel peregrinaba en el desierto. (Josué 14, 10)

  • Así las ciudades de los levitas en medio de la herencia de los hijos de Israel fueron cuarenta y ocho, (Josué 21, 41)

  • El país tuvo paz por espacio de cuarenta años. Luego murió Otoniel, hijo de Quenaz. (Jueces 3, 11)

  • Iban tras dioses nuevos, y la guerra se les vino encima. ¡Apenas un escudo y una lanza para cuarenta mil hombres en Israel! (Jueces 5, 8)

  • Así perezcan todos tus enemigos, oh Yavé, y sean tus amigos como sol en todo su fulgor. Y el país tuvo paz durante cuarenta años. (Jueces 5, 31)

  • Por lo demás fueron humillados los madianitas de tal manera que hubo paz en Israel durante cuarenta años, mientras vivió Gedeón. (Jueces 8, 28)

  • Pero él decía «Sibbolet», porque no podía pronunciarlo bien. Entonces le echaban mano y lo degollaban junto a los vados del Jordán. Perecieron en aquella ocasión cuarenta y dos mil hombres de Efraím. (Jueces 12, 6)

  • Tenía cuarenta hijos y treinta nietos, que montaban setenta burros. (Jueces 12, 14)


“Você deve ter sempre prudência e amor. A prudência tem olhos; o amor tem pernas. O amor, como tem pernas, gostaria de correr a Deus. Mas seu impulso de deslanchar na direção dEle é cego e, algumas vezes, pode tropeçar se não for guiado pela prudência, que tem olhos.” São Padre Pio de Pietrelcina