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  • Como lo que basta a inclinar una balanza, es el mundo entero en tu presencia, como la gota de rocío que a la mañana baja sobre la tierra. (Sabiduría 11, 22)

  • sino que al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo los consideraron como dioses, señores del mundo. (Sabiduría 13, 2)

  • pues si llegaron a adquirir tanta ciencia que les capacitó para indagar el mundo, ¿cómo no llegaron primero a descubrir a su Señor? (Sabiduría 13, 9)

  • También al principio, mientras los soberbios gigantes perecían, se refugió en una barquichuela la esperanza del mundo, y, guiada por tu mano, dejó al mundo semilla de una nueva generación. (Sabiduría 14, 6)

  • por la vanidad de los hombres entraron en el mundo y, por eso, está decidido su rápido fin. (Sabiduría 14, 14)

  • Estaba entonces el mundo entero iluminado de luz esplendorosa, y, sin traba alguna, se ocupaba en sus quehaceres; (Sabiduría 17, 20)

  • Bien merecían verse de luz privados y prisioneros de tinieblas, los que en prisión tuvieron encerrados a aquellos hijos tuyos que habían de dar al mundo la luz incorruptible de la Ley. (Sabiduría 18, 4)

  • Llevaba en su vestido talar el mundo entero, grabados en cuatro hileras de piedras los nombres gloriosos de los Padres y tu majestad en la diadema de su cabeza. (Sabiduría 18, 24)

  • No abras tu corazón a todo el mundo, pues no te han de compensar con gracia alguna. (Eclesiástico 8, 19)

  • La misericordia del hombre sólo alcanza a su prójimo, la misericorida del Señor abarca a todo el mundo. El reprende, adoctrina y enseña, y hace volver, como un pastor, a su rebaño. (Eclesiástico 18, 13)

  • A una piedra sucia se parece el perezoso, todo el mundo silba sobre su deshonra. (Eclesiástico 22, 1)

  • Hombre que ha corrido mundo sabe muchas cosas, el que tiene experiencia se expresa con inteligencia. (Eclesiástico 34, 9)


“A pessoa que nunca medita é como alguém que nunca se olha no espelho e, assim, não se cuida e sai desarrumada. A pessoa que medita e dirige seus pensamentos a Deus, que é o espelho de sua alma, procura conhecer seus defeitos, tenta corrigi-los, modera seus impulsos e põe em ordem sua consciência.” São Padre Pio de Pietrelcina