Evangelio de hoy – Miércoles, 17 de abril de 2024 – Juan 6,35-40 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hechos 8,1b-8)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

Ese día comenzó una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Y todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria.

Algunas personas piadosas enterraron a Esteban y guardaron gran duelo por él. Saulo, sin embargo, devastó a la Iglesia: entró en las casas y arrastró a hombres y mujeres para echarlos en la cárcel. Mientras tanto, los que se habían dispersado iban por todas partes predicando la Palabra. Felipe descendió a una ciudad de Samaria y les anunció al Cristo. La multitud seguía atentamente lo que decía Felipe. Y todos lo escuchaban unánimemente, porque veían los milagros que realizaba.

De muchos poseídos salían espíritus malignos que daban fuertes gritos. También fueron sanados numerosos paralíticos y lisiados. Había gran alegría en aquella ciudad.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 6,35-40)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Yo soy el pan de vida. El que a mí viene, nunca más tendrá hambre, y el que cree en mí, nunca más tendrá sed. Pero os dije que me habéis visto, pero no creéis. Todos los que el Padre me confía, vendrán a mí, y cuando vengan, no los rechazaré.

Porque bajé del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me envió: que no pierda a ninguno de los que me dio, sino que los resucite en el día postrero. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna. Y yo lo resucitaré en el último día”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy me reúno con ustedes para compartir un mensaje de esperanza y renovación, traído por las verdades sagradas de la Palabra de Dios. Nuestro viaje espiritual es como una búsqueda constante de significado y propósito, y a menudo nos encontramos inmersos en la agitación de la vida cotidiana. Sin embargo, es en medio de estas experiencias que podemos encontrar una conexión profunda con las lecciones de las Escrituras.

Imagínese navegando en un mar embravecido, donde las olas agitadas parecen listas para tragarlo en cualquier momento. Así nos sentimos a veces cuando enfrentamos desafíos, pérdidas e incertidumbre. La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos da un poderoso ejemplo de esto. Vemos la persecución que sufrió la primera comunidad cristiana, esparciendo a los fieles como semillas esparcidas por el viento. Se enfrentaron a una tormenta de adversidad, pero aun así encontraron la fuerza para continuar su misión.

Queridos, al igual que los primeros cristianos, estamos llamados a perseverar en nuestra fe incluso cuando los vientos en contra parecen hacernos retroceder. Necesitamos recordar las palabras de Jesús, nuestro amado Salvador, quien nos dice: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre, y el que cree en mí, nunca tendrá sed” (Juan 6:35). Estas palabras son un faro de esperanza, una promesa de que incluso en medio de las pruebas más duras encontraremos alimento y consuelo en Cristo.

Al igual que la multitud que siguió a Jesús para escuchar sus palabras, estamos invitados a acercarnos a Él y alimentarnos de su sabiduría y gracia. Él es el pan vivo bajado del cielo, capaz de saciar nuestra hambre espiritual más profunda. Pero ¿cómo podemos alimentarnos de este pan? ¿Cómo podemos experimentar la plenitud de vida en Cristo?

Imagínese caminando por un jardín exuberante, donde las flores florecen con colores vivos y los pájaros cantan melodías celestiales. Este jardín representa la comunión con Dios, un lugar donde encontramos paz, alegría y propósito. Y, así como un jardín necesita cuidado y atención, nuestra relación con Dios también requiere compromiso y dedicación.

Aquí está la clave: debemos alimentar nuestra fe a través de la oración, la lectura de las Escrituras y los sacramentos de la Iglesia. La oración es como el agua que nutre las plantas, fortalece nuestras raíces espirituales y nos conecta con lo Divino. Leer la Palabra de Dios es como la luz del sol que ilumina nuestro camino, revelando la verdad y la sabiduría que encontramos en las Escrituras. Y los sacramentos son como abono que enriquece nuestro suelo espiritual, fortaleciendo nuestra comunión con Dios y con la comunidad de los creyentes.

Queridos míos, ¿cómo están alimentando su fe? ¿Están buscando este alimento espiritual para sostener sus vidas? Es fácil perder de vista la importancia de estas prácticas diarias, pero es a través de ellas que encontramos la fuerza para capear las tormentas de la vida. Es a través de ellos que nos conectamos con la fuente de vida eterna y esperanza duradera.

Voy a contarles una historia. Una vez, un hombre viajaba a través de un bosque denso y oscuro. Se sentía perdido y desesperado, sin saber qué camino tomar. Pero entonces vio una luz brillante en el horizonte. Esta luz lo guió a través de los árboles y obstáculos hasta que finalmente encontró el camino a casa. Esta luz era como la presencia de Dios en su vida, iluminando su camino y devolviéndolo a un lugar seguro.

Queridos, Dios está presente en nuestras vidas, incluso cuando enfrentamos las situaciones más oscuras. Él es la luz que nos guía, el pan que nos alimenta y la fuente de agua viva que sacia nuestra sed espiritual. Nos llama a seguir sus pasos, a vivir en comunión con Él y a compartir su amor con el mundo que nos rodea.

A medida que avanzamos en nuestro viaje espiritual, enfrentando desafíos y buscando una relación más profunda con Dios, recuerde estas verdades fundamentales: estamos llamados a perseverar incluso en medio de las dificultades, a alimentarnos del pan de vida que es Jesucristo, y nutrir nuestra fe a través de la oración, la lectura de las Escrituras y los sacramentos.

Queridos hermanos y hermanas, hoy los invito a cada uno de ustedes a reflexionar sobre cómo estos pasajes bíblicos se aplican a su vida diaria. ¿Cómo estás enfrentando la adversidad? ¿Has buscado alimento espiritual en Cristo? ¿Qué prácticas espirituales puedes adoptar para nutrir tu fe y fortalecer tu comunión con Dios?

Recuerda que el camino de la fe no es un camino solitario. Somos una comunidad de creyentes, unidos por el amor de Cristo y el deseo de seguir Sus enseñanzas. Al apoyarnos unos a otros, podemos superar los desafíos y experimentar la plenitud de la vida en comunión con Dios.

Queridos, que la gracia de Dios esté con ustedes a medida que avanzan en su viaje espiritual. Que Su amor os fortalezca en momentos de dificultad y que Su esperanza os guíe en momentos de incertidumbre. Y que, como comunidad, podamos ser testigos vivos del poder transformador del Evangelio en nuestras vidas.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.