Evangelio de hoy – Miércoles 24 de abril de 2024 – Juan 12:44-50 – Biblia católica

Primera Lectura (Hechos 12.24-13.5a)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días la palabra del Señor crecía y se difundía cada vez más. Bernabé y Saulo, habiendo cumplido su ministerio, regresaron de Jerusalén, trayendo consigo a Juan, llamado Marcos.

En la Iglesia de Antioquía había profetas y doctores. Eran: Bernabé, Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manaén, que fue criado junto con Herodes, y Saulo. Un día, mientras celebraban la liturgia en honor del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo, para que hagan la obra a la que los he llamado”.

Luego, ayunando y orando, impusieron las manos a Bernabé y a Saulo, y los dejaron ir. Enviados por el Espíritu Santo, Bernabé y Saulo descendieron a Seleucia y de allí navegaron hacia Chipre. Cuando llegaron a Salamina, comenzaron a proclamar la Palabra de Dios en las sinagogas judías.
Tenían a Juan como ayudante.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 12,44-50)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús exclamó en alta voz: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió. El que me ve, ve al que me envió. Yo vine al mundo como una luz, para que todos Los que creen en mí, no permanezcan en tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las observa, yo no lo juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo. mis palabras ya lo tienen vuestro juez: la palabra que yo he hablado os juzgará en el día postrero, porque no he hablado por mí mismo, sino el Padre que me envió, él es el que me ordenó lo que debo decir. y hablar mandamiento es vida eterna. Por tanto, lo que digo, lo digo como el Padre me habló.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy me gustaría comenzar nuestra reflexión con una pregunta: ¿Alguna vez te has sentido perdido en medio del caos del mundo? Quizás hayas experimentado momentos de incertidumbre, donde las respuestas parecen lejanas y las situaciones de la vida parecen abrumadoras. En estos momentos buscamos desesperadamente una luz, una dirección, algo que nos guíe por el camino correcto. Y es precisamente en este punto donde nos llegan las palabras de la Escritura, trayendo luz y esperanza a nuestra vida cotidiana.

Nuestra primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta un escenario de persecución y adversidad. Pedro, uno de los pilares de la Iglesia, está en prisión y la comunidad cristiana afronta tiempos difíciles. Sin embargo, la Palabra de Dios nos revela que, incluso en medio de la oscuridad, la luz de la fe nunca se apaga. La ferviente oración de la comunidad recibe respuesta y Pedro es milagrosamente liberado por el poder de Dios.

Esta historia nos recuerda que sin importar las circunstancias, Dios tiene el control. Él es el autor de nuestra historia y la guía de nuestro camino. Al igual que Pedro, estamos llamados a confiar en Dios, incluso en los momentos más oscuros de nuestras vidas. Él es el faro que nos guía a través de la oscuridad, y nuestra fe es el ancla que nos mantiene firmes.

En el Evangelio de Juan, Jesús nos dice: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió. Y el que me ve, ve al que me envió” (Juan 12,44-45). Estas poderosas palabras nos invitan a ver más allá de la apariencia física de Jesús y reconocer la presencia divina en él. Cuando abrimos nuestro corazón a Cristo, también nos abrimos al Padre, que lo envió para revelarnos su amor y su voluntad.

Pero ¿cómo podemos ver más allá de la apariencia física de Jesús? ¿Cómo podemos experimentar Su presencia en nuestra vida diaria? Aquí es donde la fe se vuelve esencial. La fe no es sólo una creencia intelectual, sino una entrega total de nosotros mismos a Dios. Es la confianza de que incluso cuando no podemos ver claramente el camino que tenemos delante, Dios está con nosotros, caminando a nuestro lado.

Para ilustrar esto, permítanme compartir una historia con ustedes. Una vez, un hombre caminaba por una playa desierta después de una tormenta. La playa estaba llena de estrellas de mar que la marea alta había arrastrado hasta la arena. El hombre empezó a recoger una estrella de mar a la vez y a arrojarlas de nuevo al mar. Un observador, al ver la gran cantidad de estrellas de mar en la playa, le dijo al hombre: “¿No estás perdiendo el tiempo? Nunca podrás salvar todas estas estrellas de mar”. El hombre, que sostenía una estrella de mar en sus manos, la miró y respondió: “Para esa estrella de mar, eso hace toda la diferencia”.

Esta historia nos recuerda que, aunque podamos sentir que nuestras acciones individuales no marcan una gran diferencia en el mundo, cada acto de amor y compasión tiene un impacto significativo en las vidas de quienes nos rodean. De la misma manera, cuando nos entregamos a Dios con fe, permitimos que su presencia transformadora brille a través de nosotros, tocando y transformando vidas a nuestro alrededor.

Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados a ser la luz del mundo, reflejando el amor de Dios en nuestras acciones diarias. Al acudir a las Escrituras, encontramos guía y sabiduría para enfrentar los desafíos de la vida. Encontramos una brújula que nos señala la dirección correcta, incluso cuando la tormenta amenaza con desviarnos del camino.

Por eso, te animo a buscar la Palabra de Dios y sumergirte en ella diariamente. Haga de la lectura de las Escrituras una parte esencial de sus vidas, permitiéndole moldear y transformar sus pensamientos, palabras y acciones. Así como un deportista entrena diariamente para alcanzar la excelencia, nosotros también debemos dedicarnos a estudiar y comprender las Escrituras, para que nuestra vida sea un reflejo vivo del amor de Dios.

Además, así como un árbol necesita raíces profundas para sostenerse, nosotros necesitamos enraizarnos en la Palabra de Dios. Cuando enfrentamos tiempos de tribulación y desafíos, es la profundidad de nuestra fe la que nos mantiene firmes. Por eso, dedíquense al estudio de la Biblia, busquen la guía del Espíritu Santo y permitan que la Palabra de Dios penetre en sus corazones, alimentando y fortaleciendo su fe.

A lo largo de esta homilía, he mencionado la importancia de ver más allá de la apariencia física de Jesús. Pero ¿cómo podemos hacer esto? ¿Cómo podemos reconocer su presencia en nuestra vida diaria? Permítanme ilustrar esto con una metáfora.

Imagina que estás en una habitación oscura, buscando desesperadamente una llave que abra la puerta a la libertad. Palpas entre las paredes, intentando encontrar alguna pista, pero lo único que encuentras son obstáculos e incertidumbres. Entonces, de repente, una luz brilla en un rincón de la habitación. Te acercas y ves una llave colgando de un pequeño gancho. Esta llave representa a Jesús, la llave que nos libera de las cadenas del pecado y nos lleva a la vida abundante en Dios.

Pero aquí está la cuestión: la llave es inútil si simplemente la miras o la guardas en tu bolsillo. Debe tomar la llave, insertarla en la cerradura y girarla para abrir la puerta. Asimismo, Jesús está ante nosotros, ofreciéndonos la clave para una vida plena y significativa. Depende de nosotros tomar esta llave y permitirle entrar en nuestras vidas, transformándonos de adentro hacia afuera.

¿Y cómo podemos hacer esto? La respuesta está en el mismo Evangelio de Juan: “Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo” (Juan 12,47). Jesús nos invita a escuchar sus palabras y guardarlas en nuestro corazón. Esto implica no sólo escuchar pasivamente, sino actuar en función de lo que escuchamos.

Queridos hermanos y hermanas, no os contentéis con ser sólo oidores de la Palabra, sino sed hacedores de ella. Así como un árbol se conoce por el fruto que produce, sed conocidos como discípulos de Jesús a través de vuestras acciones amorosas y compasivas. Ama a tu prójimo como a ti mismo, perdona a quienes te han herido, sirve a los necesitados y comparte las buenas nuevas de la salvación en Cristo.

Finalmente, me gustaría recordarnos a todos que somos amados incondicionalmente por Dios. No importa qué errores hayamos cometido, qué tan lejos nos hayamos desviado del camino correcto o cuánta culpa carguemos en nuestro corazón, la gracia de Dios es mayor que todo eso. Él está dispuesto a perdonarnos, renovarnos y darnos nueva vida en su amor.

Por eso, en este momento de silencio, los invito a cada uno de ustedes a abrir su corazón a Dios, a entregarse a Él y a recibir Su gracia abundante. Permitan que Su presencia transformadora llene sus vidas y permítales vivir de acuerdo con Su voluntad.

Queridos hermanos y hermanas, que la luz de la fe brille intensamente en nuestras vidas y que seamos testigos vivos del amor y la gracia de Dios. Que nuestras acciones hablen más que nuestras palabras y que el mundo sea transformado a través de nuestros testimonios de fe. Que podamos arraigarnos en la Palabra de Dios, entregarnos a Él con total confianza y permitir que Su presencia more dentro de nosotros.

Que Dios te bendiga y te guíe en tu camino de fe. Amén.