Evangelio de hoy – Martes, 23 de abril de 2024 – Juan 10,22-30 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hechos 11,19-26)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que siguió a la muerte de Esteban, llegaron a Fenicia, a la isla de Chipre y a la ciudad de Antioquía, aunque no predicaron la Palabra a nadie que no fuera judío. Sin embargo, algunos de ellos, habitantes de Chipre y de la ciudad de Cirene, llegaron a Antioquía y comenzaron a predicar también a los griegos, anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús.

Y la mano del Señor estuvo con ellos. Mucha gente creyó en el Evangelio y se convirtió al Señor. La noticia llegó a oídos de la Iglesia en Jerusalén. Entonces enviaron a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó Bernabé y vio la gracia que Dios le había concedido, se alegró mucho y exhortó a todos a permanecer fieles al Señor, con firmeza de corazón.

Era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud se adhirió al Señor. Entonces Bernabé fue a Tarso en busca de Saulo. Habiendo encontrado a Saúl, lo llevó a Antioquía. Pasaron un año entero trabajando juntos en esa Iglesia e instruyendo a una gran multitud. En Antioquía los discípulos fueron llamados cristianos por primera vez.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 10,22-30)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En Jerusalén se celebraba la fiesta de la Dedicación del Templo. Era invierno. Jesús caminó por el Templo, en el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y dijeron: “¿Hasta cuándo nos dejarás en duda? Si eres el Mesías, dínoslo abiertamente”. Jesús respondió: Os lo he dicho, pero no creéis. Las obras que hago en el nombre de mi Padre dan testimonio de mí; pero no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, Yo los conozco y me siguen. Les doy vida eterna y nunca se perderán. Y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me dio estas ovejas, es mayor que todos, y nadie puede. arrebatádlos de la mano del Padre. Yo y el Padre uno somos.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy me gustaría iniciar nuestra reflexión con una pregunta: ¿cuántas veces te has sentido perdido? ¿Quién aquí ha enfrentado momentos de incertidumbre, de oscuridad, cuando la esperanza parecía lejana? Estoy seguro de que cada uno de nosotros ha pasado por estas situaciones en algún momento de nuestras vidas. Y es exactamente en estas experiencias cotidianas donde encontramos una conexión profunda con las lecturas bíblicas de hoy.

Nuestra primera lectura, extraída del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos habla de la persecución que enfrentaron los primeros cristianos. Se vieron arrojados a una tormenta de incertidumbre y desafío, donde la vida parecía estar en constante peligro. Al igual que ellos, también nosotros afrontamos nuestras propias tribulaciones, nuestros propios momentos de prueba. Pero el mensaje que resuena en esta lectura es este: incluso en medio de la oscuridad, la gracia divina está presente.

Imagínense como barcos navegando en mares agitados. Las olas se levantan, los vientos soplan con fuerza y todo a tu alrededor es un caos. Pero en medio de esta tormenta, hay una luz brillante que guía tu camino. Esta luz es la presencia de Dios en tu vida. Él nunca los abandona, nunca los deja a la deriva. En cada momento de dificultad, la gracia divina está a vuestra disposición, dispuesta a traer esperanza y consuelo.

Y eso es exactamente lo que Jesús nos revela en el Evangelio de hoy. Nos dice: “Nadie os podrá quitar de mi mano”. ¡Qué palabras tan poderosas! Esta es una promesa que se nos hace, una promesa de protección y cuidado divinos. Así como un buen pastor protege a sus ovejas del peligro, Jesús nos protege con amor incondicional. Él nos conoce a cada uno de nosotros por nuestro nombre, conoce nuestras debilidades, nuestras luchas y siempre está dispuesto a apoyarnos.

Pero, hermanos míos, esta protección no nos exime de las responsabilidades que tenemos como seguidores de Cristo. Jesús nos dice que debemos escuchar su voz y seguirlo. Debemos ser ovejas atentas y obedientes, dispuestas a seguir el camino que Él nos muestra. Esto requiere un compromiso diario, una búsqueda constante de la voluntad de Dios en nuestras vidas.

Aquí podemos utilizar una analogía para ilustrar este concepto. Imagínese como un jardinero, responsable de cuidar un hermoso jardín. Debes regar las plantas, quitar las malas hierbas, podar las ramas secas. Es un trabajo constante y exigente. De la misma manera, debemos cuidar nuestra relación con Dios, nutrirla de oración, meditación y escucha atenta de su Palabra. Debemos cortar las ramas secas del pecado en nuestras vidas y eliminar la mala hierba de la envidia, el egoísmo y la falta de perdón. Sólo así podremos florecer y dar frutos abundantes.

Pero, queridos míos, no olvidéis que la gracia divina está siempre disponible para ayudarnos en esta tarea. Cuando nos sentimos débiles, cuando el camino parece demasiado difícil, podemos contar con la fuerza y la guía de Dios. Él nos da su Espíritu Santo, quien nos capacita para vivir una vida de santidad y amor.

Por eso, hoy te invito a reflexionar sobre cómo estos pasajes bíblicos se aplican a nuestras vidas. En medio de las tribulaciones, recordad que la gracia divina está siempre presente, incluso en las situaciones más difíciles. Busquen la voz de Jesús en sus vidas y sean ovejas fieles, listas para seguirlo. Cultiva tu relación con Dios, cuidándolo con diligencia y amor. Y, sobre todo, confiar en la promesa de Jesús de que nada podrá librarnos de sus manos.

Queridos hermanos y hermanas, la vida es un camino lleno de altibajos, pero no estamos solos. Nos tenemos unos a otros como una comunidad de fe y tenemos el amor de Dios y su presencia constante con nosotros. Aprendamos unos de otros, apoyémonos unos a otros y cultivemos la esperanza, incluso en los momentos más oscuros.

Antes de concluir, permítanme compartirles una historia que ilustra la importancia de confiar en Dios y buscar Su voluntad en nuestras vidas. Había una vez un valiente escalador, decidido a alcanzar la cima de una imponente montaña. Enfrentó desafíos, condiciones climáticas adversas y momentos en los que pensó en darse por vencido. Pero siguió subiendo, confiando en sus habilidades y equipo.

Sin embargo, en un momento crítico, rápidamente se acercó una violenta tormenta. La lluvia caía intensamente, los relámpagos iluminaban el cielo y los vientos aullaban peligrosamente. El escalador, ahora exhausto y asustado, se dio cuenta de que estaba en peligro. Se aferró a una roca, luchando por mantenerse a salvo, pero la situación parecía desesperada.

Fue entonces cuando oró a Dios pidiendo ayuda y protección. En medio de la tormenta, escuchó una voz suave y apacible que decía: “Confía en mí, yo estoy contigo”. Con estas palabras, una paz inexpresable lo envolvió y sintió fuerzas renovadas. Se levantó, continuó subiendo y finalmente llegó a la cima de la montaña.

Mis hermanos y hermanas, así como el escalador confió en Dios en medio de la tormenta, así podemos confiar en Su amor y protección en nuestros propios viajes. Cuando enfrentemos desafíos, dificultades e incertidumbres, recordemos las palabras de Jesús: “Nadie os podrá quitar de mi mano”. Nada puede separarnos del amor de Dios, y Él siempre está presente, listo para guiarnos y fortalecernos.

En este momento, los invito a cada uno de ustedes a hacer una pausa en silencio. Permitamos que las palabras que escuchamos hoy penetren en nuestro corazón y nos lleven a la reflexión personal. Pensemos en cómo podemos aplicar estas verdades espirituales a nuestra vida diaria. ¿Dónde necesitamos confiar más en Dios? ¿En qué áreas de nuestra vida necesitamos buscar Su voluntad y seguir Sus enseñanzas?

Mientras reflexionamos, recordemos también que estamos llamados a actuar. La fe sin obras es estéril y Dios nos invita a ser testigos vivos de su amor en el mundo. Que cada uno de nosotros nos convirtamos en un faro de esperanza y compasión en nuestras familias, lugares de trabajo y comunidades. Que nuestras acciones hablen más que nuestras palabras, mostrando al mundo el amor transformador de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, al concluir esta homilía, les pido que llevemos con nosotros las verdades espirituales que encontramos en las Escrituras de hoy. Recordemos que la gracia divina está siempre presente, incluso en las tormentas de la vida. Confía en Dios, sigue su voz y cuida tu relación con Él. Sean testigos vivos de su amor y esperanza.

Que la gracia de Dios esté con cada uno de ustedes, hoy y siempre. Que Él os guíe, os fortalezca y os bendiga abundantemente. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.